La llegada al nuevo hogar de Enrique fue un momento que Lucía nunca olvidaría. Apenas abrieron la puerta del departamento, él, con esa elegancia natural que lo caracterizaba, extendió su mano como todo un caballero. —Pasa, Lucía —le dijo con voz serena, acompañando el gesto con una sonrisa discreta. Ella, con cierta incertidumbre y el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal, dio el primer paso dentro del lugar que, a partir de ahora, sería su refugio. Apenas entró, fue recibida con una inesperada explosión de alegría: un hermoso golden retriever, de pelaje dorado y brillante, corrió hacia ella. El animal se lanzó juguetón, moviendo la cola con tanta emoción que casi la hace tambalearse. —¡Basta, basta, Enzo! —rió Enrique, intentando apartar al perro con suavidad—. Hazte para al

