María estaba en su habitación, recargada en el cabecero de la cama, observando a su bebé dormir. Ángel respiraba con tranquilidad, con sus pequeños puños cerrados y ese semblante inocente que solo los recién nacidos poseen. Ella lo miraba y, lejos de sentir paz, una oleada de incertidumbre le comprimía el pecho. Ramiro le había dicho que él era el amor de su vida. Y lo más desconcertante no era la declaración, sino que, al escucharlo, su mente había comenzado a liberar fragmentos de recuerdos que antes parecían inexistentes. Recordó momentos hermosos junto a él… cómo la abrazaba, cómo la besaba… cómo hacían el amor con una entrega que le hacía sentir que el mundo desaparecía debajo de ellos. La sensación del peso de su cuerpo sobre el suyo se le quedó impregnada en la piel como un eco cál

