No podía apartar la mirada. El corazón le latía con fuerza, sentía cómo se le tensaban los músculos del abdomen y las piernas. Era evidente: Enrique la atraía, profundamente. Pero al mismo tiempo, una barrera invisible la contenía. Su pasado, ese vacío lleno de recuerdos fragmentados y heridas abiertas, no le permitía entregarse a ese deseo. No sabía quién era exactamente antes de perder la memoria, y esa duda pesaba sobre cada sentimiento, sobre cada impulso que tenía. Por un momento suspiró, y ese pequeño sonido rompió el encanto. Enrique abrió los ojos y giró la cabeza. Su mirada se cruzó con la de María. El tiempo pareció detenerse. La sorpresa en el rostro de ambos era evidente, pero más aún, la vergüenza. Enrique, sobresaltado, dio un paso hacia atrás y, casi instintivamente, se dio

