María lo miraba como si lo estuviera viendo realmente por primera vez. Sus ojos, brillantes por las lágrimas contenidas, tenían una mezcla insoportable de tristeza y traición. —Ramiro… —su voz se quebró—. ¿Fui a la cárcel? ¿Estuv en la cárcel por algo que yo no cometí? Ramiro apretó los puños, como si quisiera arrancarse de las manos la culpa que le quemaba la piel. Se limpiaba las lágrimas con rabia, con asco… asco de sí mismo por haber permitido aquello. —¿Cuántos años tenía? —insistió María, la voz más aguda—. ¿Tenía 18? ¡No! Tenía 19 recién cumplidos, ¿verdad? Ramiro asintió, apenas capaz de hablar. —S-sí, María… fuiste a la cárcel. Fuiste a la cárcel y… yo lo permití. Perdóname… Yo… estaba en el hospital, inconsciente. Cuando reaccioné supe que ya te habían llevado. María apartó

