La noche caía pesada, silenciosa, pero el insomnio de María era ensordecedor. Acurrucada entre sábanas que parecían querer sofocarla, sentía cómo los recuerdos se mezclaban con la fantasía, formando una nube confusa de emociones. Pesadillas la atrapaban con fuerza: veía a Ramiro acercarse, tomar su rostro entre sus manos, besarla con una ternura que la hacía temblar, y sentía en sus sueños la intensidad de sus palabras, la firmeza de su amor. Pero en el mismo instante, Alejandro aparecía, rozándole la piel, sus manos recorriendo su cuerpo con devoción, haciéndola sentir deseada de una manera que Ramiro nunca había podido provocar. María estaba atrapada entre dos mundos, entre la certeza y la incertidumbre, entre el deseo y la confusión. Su mente no podía procesar lo que estaba viviendo, y

