Lucía estaba sentada en su despacho, rodeada de montañas de papeles y su laptop. Su mirada se movía rápidamente entre los informes financieros y los correos electrónicos de sus clientes más importantes. El bufete estaba al borde del colapso, y ella lo sabía. Cada número rojo, cada deuda pendiente, era un recordatorio de lo que estaba en juego. “No hay salida,” murmuró para sí misma, pasándose una mano por el cabello. “Tendré que vender todo o declararme en quiebra.” En ese momento, Mariana, su asistente, asomó la cabeza por la puerta con una expresión nerviosa. “Señorita Lucía, hay un hombre aquí para verla. Dice que se llama Mark Reynolds y que tiene una cita con usted.” Lucía levantó la vista, frunciendo el ceño. “Mark Reynolds… Ah, sí. El espía personal de Alexander Blackwood.

