El lunes amaneció frío y gris en Caracas. A las 6:00 a.m., Alfredo Whitaker, el mayordomo y chófer de Lucía, llegó al penthouse con paso firme. Detrás de él, María, la ama de llaves, cargaba una bolsa con provisiones frescas para el desayuno. Ambos sabían que el fin de semana había sido devastador para Lucía, y su misión era asegurarse de que todo estuviera en orden para cuando ella bajara.
Mientras María se dirigía a la cocina, Alfredo revisó el salón, asegurándose de que todo estuviera impecable.
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Lucía bajó las escaleras del penthouse con paso lento, ya vestida con el atuendo que había elegido cuidadosamente para el día. Sabía que su apariencia no solo era una extensión de su poder, sino también un mensaje claro para todos en el bufete: ella seguía siendo la misma líder implacable, a pesar de los reveses personales. Llevaba un vestido de corte recto en tono n***o azabache, confeccionado en seda italiana, que caía hasta justo debajo de la rodilla. Los tacones de aguja negros complementaban el conjunto, añadiendo altura y elegancia a su silueta. Su cabello rubio platino, largo y ondulado, estaba recogido en un moño alto y pulcro, alisado hasta la perfección. El maquillaje, aunque minimalista, estaba cuidadosamente aplicado: una base ligera que realzaba su piel impecable, un toque de rubor en las mejillas para darle un aspecto saludable, y un labial rojo intenso que era su firma personal. Un par de aretes de diamantes y un reloj de pulsera de oro blanco eran los únicos accesorios que llevaba, suficientes para transmitir elegancia sin caer en lo ostentoso.
María se acercó con una bandeja de café recién hecho. Lucía tomó el café con una sonrisa, agradeciendo el gesto. Alfredo, con discreción, le informó que el auto estaba listo para llevarla a la oficina. Lucía asintió, indicando que estaría lista en una hora.
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El bufete jurídico “Valdez y Asociados” era un hervidero de rumores. Apenas Lucía entró, los murmullos cesaron por un momento, pero pronto volvieron con más fuerza cuando las puertas del ascensor se cerraron tras ella. Los empleados no podían evitar preguntarse qué había pasado en la boda fallida.
Lucía, consciente de los rumores, decidió ignorarlos. Con paso firme, se dirigió a su oficina, donde su asistente personal temporal, Mariana Montilla, la esperaba con una pila de documentos.
**Lucía** (con voz firme):
“Mariana, necesito revocar legalmente el poder que le di a Vittorio. No puedo permitir que lo use más en mi contra. Llama a la notaría y asegúrate de que quede asentado antes de que él pueda hacer cualquier movimiento.”
Mariana asintió.
**Lucía** (continuando):
“También necesito que convoques una reunión urgente con los inversionistas y los directivos. Además, organiza una reunión aparte con el personal. Necesito informarles sobre el fraude y los hechos delictivos de Vittorio y Dalila. Asegúrate de que todos estén presentes.”
Mariana tomó nota rápidamente.
**Lucía** (con tono firme pero calmado):
“Trae los expedientes de los casos que requieren más urgencia. Redacta varias diligencias solicitando una prórroga de tiempo para esos casos a sus respectivos tribunales. También solicita las copias certificadas de los expedientes de los casos que no son tan urgentes pero que son importantes. Pasa un memo a todos los departamentos del bufete solicitando un informe del estado actual de cada uno de ellos para esta misma tarde. Y, por último, llama al cafetín para que me traigan el almuerzo a la oficina. También necesito que llames al departamento legal y le digas al abogado Lorenzo que acuda a mi oficina a la 1 de la tarde.”
Mariana asintió de nuevo, pero su mente parecía abrumada por la cantidad de tareas. No estaba acostumbrada al ritmo frenético de Lucía, y se sentía desbordada. Tomó nota rápidamente, pero sus manos temblaban ligeramente.
**Mariana** (con voz temblorosa):
“Sí, señorita Lucía. Lo haré todo.”
Lucía la observó por un momento, notando su nerviosismo, pero decidió no hacer comentarios. Sabía que Mariana necesitaría tiempo para adaptarse.
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En el comedor del bufete, el camarero de turno, José, ya tenía listo el desayuno de Lucía. Con una sonrisa, tomó la taza y la bandeja, y se dirigió a la oficina de Lucía.
**José** (entrando a la oficina de Lucía con una sonrisa):
“Buenos días, señorita LuciFer. Aquí tiene su mocachino, como siempre. Además, le traje un croissant.”
**Lucía** (con una sonrisa débil):
“Gracias, José. Eres un ángel. Justo lo que necesitaba.”
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En la sala de juntas, los inversionistas y directivos del bufete esperaban con impaciencia. Lucía entró con paso seguro, proyectando una imagen de autoridad inquebrantable. Todos se pusieron de pie al verla, pero ella les indicó con un gesto que se sentaran.
**Lucía** (con voz clara y firme):
“Gracias por venir con tanta urgencia. Sé que tienen muchas preguntas, y hoy les daré las respuestas que necesitan.”
**Inversionista 1** (interrumpiendo, con tono alarmado):
“Señorita Lucía, ¿qué está pasando? Hemos escuchado rumores de que Vittorio nos estafó. ¿Es cierto?”
**Lucía** (asintiendo, con seriedad):
“Sí, es cierto. Vittorio ha cometido fraude y ha utilizado su posición para desviar fondos del bufete. Lamentablemente, también descubrí que Dalila estaba involucrada.”
**Inversionista 2** (levantándose, con voz temblorosa):
“¿Y qué piensa hacer al respecto? ¡El bufete está al borde de la quiebra! Esto es inaceptable.”
**Lucía** (con calma, pero con firmeza):
“Entiendo su preocupación, pero les aseguro que estoy tomando medidas inmediatas.”
**Inversionista 3** (con tono desafiante):
“¿Y cómo podemos confiar en que esto no vuelva a suceder? Después de todo, fue usted quien le dio poder a Vittorio.”
**Lucía** (con mirada fría):
“Cometo errores, pero también los soluciono. Si no confían en mi capacidad para liderar este bufete, pueden retirar su inversión. Pero les advierto que no encontrarán a alguien más decidido que yo para sacar adelante este Bufete.”
El silencio llenó la sala. Los inversionistas intercambiaron miradas, pero nadie se atrevió a decir más. Lucía había dejado claro que no estaba dispuesta a ceder.
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Apenas salió de la reunión con los inversionistas, Lucía se dirigió al área común donde el personal del bufete la esperaba. Todos estaban inquietos, preguntándose qué les diría.
**Lucía** (con voz clara y proyectada):
“Quiero ser directa con ustedes. Vittorio y Dalila han cometido actos delictivos que han puesto en riesgo al bufete. A partir de hoy, no deben realizar ninguna transacción, diligencia o petición que provenga de ellos. Si los contacta, deben informarme de inmediato.”
**Empleado 1** (con voz temblorosa):
“Señorita Lucía, ¿qué pasará con nuestros puestos? ¿El bufete va a cerrar?”
**Lucía** (con tono calmado pero firme):
“No voy a permitir que este bufete cierre. Estoy trabajando en soluciones, pero necesito que todos hagan su parte. Confíen en mí, como yo confío en ustedes.”
El personal estuvo de acuerdo, aunque la preocupación seguía presente en sus rostros.
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Al final de la mañana, Mariana entró a la oficina de Lucía con una expresión preocupada.
**Mariana** (con voz baja):
“Señorita Lucía, llamé a la notaría como me indicó. Me dijeron que están cerrados por problemas en el sistema. Al parecer, alguien está hackeando el sistema en general, y esa notaría es la más afectada. No saben cuándo podrán resolverlo.”
**Lucía** (con los ojos brillando de determinación):
“Esto no es una coincidencia. Vittorio está detrás de esto. Mariana, mantente alerta. Necesitamos mover eso rápido antes de que él haga más daño.”
Mariana asintió, pero su rostro reflejaba una mezcla de estrés y confusión. Lucía la observó por un momento, notando su nerviosismo, pero decidió no hacer comentarios. Sabía que Mariana necesitaría tiempo para adaptarse.
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Lucía revisó su reloj y notó que ya eran casi las 12:30 p.m. Mariana aún no había terminado con las tareas que le había asignado, y el estrés comenzaba a notarse en su rostro. Lucía decidió no esperar más y tomó su teléfono para llamar ella misma a Lorenzo Moretti, el director del departamento legal y de fraude financiero del bufete. Lorenzo era conocido por su brillantez y responsabilidad, y Lucía confiaba plenamente en él.
**Lucía** (con voz firme pero calmada):
“Lorenzo, necesito que vengas a mi oficina de inmediato. Tenemos una situación grave que requiere tu experiencia.”
**Lorenzo** (con tono profesional):
“Enseguida estoy allí, señorita Lucía.”
Minutos después, Lorenzo entró a la oficina de Lucía con una expresión seria pero calmada. Lucía le explicó la situación con detalle, destacando la necesidad de descubrir y demostrar el fraude financiero que Vittorio y Dalila habían cometido.
**Lucía** (con determinación):
“Necesitamos actuar rápido, Lorenzo. El bufete está al borde de la quiebra, y no podemos permitir que esto siga adelante.”
**Lorenzo** (asintiendo):
“Entendido, señorita Lucía. Voy a revisar todas las transacciones financieras y a buscar cualquier irregularidad que nos permita demostrar su crimen. No descansaré hasta que tengamos las pruebas necesarias.”
**Lucía** (con una sonrisa de agradecimiento):
“Gracias, Lorenzo. Sabía que podía contar contigo.”
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Después de reunirse con Lorenzo, Lucía tomó su teléfono nuevamente. Sabía que era hora de enfrentar una conversación difícil. Marcó el número de Don Giovanni Lombardi, el padre de Vittorio.
**Lucía** (con voz firme pero respetuosa):
“Don Giovanni, necesito que me reciba a las 3:00 de la tarde. Tengo que explicarle lo ocurrido.”
**Don Giovanni** (con tono serio):
“Lucía, ¿qué ha pasado? Vittorio me dijo que hubo un malentendido.”
**Lucía** (con calma):
“No fue un malentendido, Don Giovanni. Vittorio ha cometido actos que no puedo ignorar. Necesito explicárselo en persona.”
**Don Giovanni** (con un suspiro):
“Entiendo. Espero que esto no sea un error.”
**Lucía** (con firmeza):
“No lo es. Nos vemos mañana.”
Lucía colgó el teléfono y respiró hondo. "Esta reunión es crucial, es el momento de explicarle todo a Don Giovanni, se que me entenderá".
Justo cuando Lucía pensaba que el día no podía ser más agitado, su teléfono sonó. Era su padre, don Rafael Valdez.
**Lucía** (con voz calmada pero alerta):
"Dime, papá”
**Rafael Valdez** (con tono serio):
“Lucía, recuerda que ayer te llamé y te pedí que vinieras a la casa. Lo que tengo que decirte es muy importante.”
**Lucía** (con una pausa breve):
“Lo sé, papá, disculpa. Esta tarde tengo una reunión con Don Giovanni, pero iré a tu casa en la noche.”
**Rafael Valdez** (con firmeza):
“Está bien, hija. Recuerda, es realmente importante. Te espero en la noche.”
Lucía colgó el teléfono y se reclinó en su silla, cerrando los ojos por un momento. Se preguntó qué se traería su padre ahora.