El Mercedes se deslizó por la Avenida Principal, el sol de la tarde reverberando en los vidrios polarizados. Lucía observó por la ventana cómo pasaban los comercios del centro de Caracas. Enzo condujo hacia el sector más reservado del Paseo Los Próceres, donde un café italiano de techos altos y persianas venecianas servía los únicos espresso auténticos de Caracas. Al estacionar, el mayordomo giró hacia Lucía con esa mezcla de formalidad y calidez que solo cincuenta años de servicio podían brindar: —*"Don Giovanni espera en el reservado del fondo, signora. Insistió en preparar personalmente su macchiato doble"*. El local olía a granos recién molidos y masa de cannoli. Detrás de la barra, Don Giovanni - con su smoking de lino beige y el reloj de bolsillo que Lucía le regaló por sus ses

