Lucía ajustó el último botón de perla de su traje n***o, pero ni el hilo de seda más fino podía protegerla del recuerdo que la quemaba por dentro: *sus labios en su piel, ese gemido que aún resonaba en sus huesos*. Respiró hondo. El espejo le devolvió la imagen de una mujer poderosa, pero sus pupilas dilatadas delataban la tormenta. —Son las 7:00, madam —anunció Alfredo desde la puerta—. El señor Reynolds la espera. *Claro que sí*. Como si ese hombre cumpliera promesas sin agenda oculta. --- **El salón olía a café recién hecho y bergamota.** Allí estaba él. Mark Reynolds, envuelto en un traje verde oscuro que pintaba sus hombros como una escultura griega. *Dios*. La tela se adaptaba a su torso con una obscenidad que debería ser ilegal. Un mechón rebelde —*¿cómo era posible que h

