La luna plateaba los contornos de la **Torre Diamante**, proyectando sombras alargadas sobre el asfalto todavía caliente de la noche caraqueña. El Mercedes-Maybach n***o, con vidrios polarizados, se detuvo frente al edificio con la precisión de un reloj suizo. Franco "Cicatriz" Battaglia, su guardaespaldas personal desde aquel día decisivo en Nápoles hace diez años, escaneó el perímetro con mirada de halcón, sus ojos oscuros recorriendo cada esquina, cada ventana, cada posible amenaza oculta entre las sombras. Su mano derecha, callosa por años de entrenamiento, descansaba sobre la culata de su Glock.
Las cicatrices que le surcaban el rostro —tres líneas paralelas que iban desde la sien derecha hasta la mandíbula, como garras de algún animal mitológico—. Eran su medalla de honor, su pasa
