El crepúsculo bañaba los ventanales del bufete Valdez & Asociados con los últimos destellos dorados del día cuando los empleados comenzaban su retirada. Sus murmullos quedaban atrapados entre las paredes de madera noble, mezclándose con el rumor lejano de la ciudad que despertaba a su vida nocturna. Lucía Valdez permanecía inmóvil en su despacho, la silueta perfectamente recortada contra la luz moribunda que se filtraba por los ventanales. Sus manos, siempre tan expresivas en los tribunales, yacían quietas sobre el expediente abierto, las uñas impecables reflejando tenuemente la luz de la lámpara de escritorio. El vestido azul marino con su chaqueta de juego le daba un aire de autoridad inquebrantable, a pesar del caos que reinaba en sus finanzas. El tictac del reloj de pared marcaba el

