Sentado en una camilla, su cuerpo cubierto con una manta térmica, Aron miró hacia su derecha; el cuerpo inerte de Loren reposaba sobre otra camilla mientras recibía los primeros auxilios.
Por la expresión del doctor era evidente que la herida en sí era grave. Aron se fijó en su pierna enyesada. Loren estaba en esas condiciones por salvarlo. Sus párpados pesaban, estaba agotado y dolorido; aun así, el rostro pálido de Aron se encendió.
—Señor Blackhole.
Un joven de rostro agradable apareció con un botiquín de emergencias.
—Ya fui atendido.
Aron respondió con voz cansada. El chico ladeó la cabeza, confundido.
—Pero... señor, su brazo.
Aron frunció el ceño. Le dolía el brazo como el demonio, pero aun así insistía en no recibir tratamiento.
—Por favor, señor, déjeme ayudarlo.
—He dicho que no es necesario.
El muchacho se arrodilló frente a Aron; su cuerpo frágil parecía desfallecer en aquella noche gélida.
—Solo cumplo con mi deber. Si no me lo permite podría perder mi...
Aron extendió la mano para detenerlo.
—Está bien, hazlo rápido.
El joven se iluminó por un instante.
—Enseguida.
Mientras abría el maletín, Aron comenzó a desabotonarse la camisa. Sus manos temblaban ligeramente al hacerlo.
Quería convencerse de que, en la cueva, su visión había sido equivocada, pero cuando la tela cedió, lo confirmó con claridad.
—¡Ahg!
Con disgusto, Aron se frotó el rostro. Ese maldito de Loren lo había marcado con tanta fuerza que las huellas eran más que evidentes.
El médico, sorprendido por el quejido, levantó la vista y se preocupó.
—¿Le duele la cabeza? Podría ser una contusión por la caída desde...
Su voz apresurada se interrumpió de golpe. Sus ojos estaban clavados en el pecho de Aron. Aunque quisiera fingir indiferencia, era imposible no notarlo.
El médico retrocedió, y Aron, adelantándose, le sujetó las mejillas con una sola mano, obligándolo a acercarse.
La enorme mano de Aron cubría casi la mitad del rostro del muchacho. Él, aterrado, se sintió diminuto ante su presencia.
—Tú no viste nada. ¿Entendido?
El chico asintió con rapidez.
Aron lo soltó.
—Haz tu trabajo de inmediato.
El joven asintió. Con manos temblorosas preparó la inyección para el dolor. Los nervios no lo dejaban encajar bien las piezas.
Aron, frustrado, le arrebató las cosas, preparó la jeringa él mismo y se inyectó sin inmutarse.
—Dije rápido.
El médico volvió a asentir. Sacó lo necesario y comenzó a limpiar, suturar y vendar.
Era cierto que la herida era superficial, aunque la sangre que había perdido era preocupante.
El muchacho evitó mirar de nuevo el pecho de Aron, aunque lo tuviera frente a él. Solo era un médico cualquiera, mientras que el hombre frente a él era un Hole.
No mirar, sin embargo, no significaba no pensar.
Aron Blackhole. Ese Aron Blackhole del que tanto se hablaba en la fortaleza. Se decía que gozaba del favor de la familia Van Halow: desde el canciller, hasta la hermana, la tía abuela, e incluso el anterior canciller. ¿Qué lo hacía tan especial? Con el señor Henry era comprensible: su personalidad alegre atraía a la gente. Pero el señor Aron era todo lo contrario: frío, reservado y, sobre todo... invisible.
Era ese tipo de persona que, aunque estuviera frente a ti, parecía habitar en otro mundo. Algunos decían que se debía a su belleza; Aron Blackhole era impecablemente hermoso.
El médico levantó la vista hacia aquel rostro distante. Sus manos se detuvieron, y Aron lo sorprendió mirándolo.
—¿Qué pasa?
—N-nada.
Sí, era atractivo. Las mejillas del joven ardían como una flor enrojecida.
Pensó que era una lástima, porque era evidente que estaba apartado. Las marcas en su piel lo confirmaban. De pronto, volvió a detenerse.
¿No era Aron Blackhole quien se había casado recientemente?
Entonces, esas marcas... No. Él se casó con una mujer, ¿no?
El muchacho, confundido, no comprendía por qué dudaba tanto. Lo lógico era pensar que el señor Aron y su esposa tenían ciertos juegos, pero algo dentro de él no podía aceptarlo. Su mente divagaba en lo recién sucedido.
Desde el favoritismo hacia Aron, hasta esas marcas tan recientes. Sus ojos regresaron hacia él.
Aron llevaba un buen rato con la vista perdida. El chico quiso seguir esa mirada, pero se contuvo.
—Ya terminé.
Aron movió un poco el brazo.
—Por favor, reciba atención adecuada una vez en Bazari.
Aron asintió. El joven recogió sus cosas con rapidez y se apartó, decidido a no seguir alimentando ideas absurdas.
—Espere.
—¿Sí?
El médico se tensó, anticipando otra amenaza. ¿No entendía Aron que eso solo lo hacía más sospechoso?
—Ese hombre... —Aron se corrigió—. El canciller, ¿cómo está?
—Oh...
—Estable. Tiene dos fracturas en las costillas, una contusión en la cabeza, está deshidratado y con varios músculos lesionados.
Mientras hablaba, observó cómo el bello rostro de Aron se tornaba culpable.
—Pero estará bien. Será trasladado de inmediato a Bazari. Allí recibirá el tratamiento necesario.
Aron asintió. Se acomodó la camisa y caminó en dirección contraria a donde estaba Loren.
El médico, de pie, comprendió algo: en todo ese tiempo, la mirada de Aron nunca se apartó del canciller.
—No... no puede ser, ¿verdad? ¡Está casado!
El adulterio era un pecado imperdonable en Halow, tradiciones ancladas por miles de años.
Aron se detuvo frente a la puerta. Con un pitido, esta se abrió. Henry y Connor ya estaban dentro.
—Aron, ¿cómo están tus heridas?
—Estoy bien. No es nada grave.
—¡Qué alivio!
—¿Ibas a llorar mi muerte? —bromeó Aron con Henry.
Henry también estaba magullado, Connor igual, pero ambos ilesos, sin heridas graves ni sangrantes.
—Maldito, no bromees con eso. Estábamos desesperados.
—Ahora lo entiendo.
Aron pensó que la ayuda no llegaría hasta el día siguiente; por eso se sorprendió tanto al oír la voz de Henry.
—Estábamos tan preocupados que comenzamos la búsqueda de inmediato —explicó Henry.
—Nosotros caímos sobre las dunas. Mi dispositivo se averió por el impacto. Actuamos rápido en consecuencia. Si el de Loren también estaba dañado, la búsqueda se habría retrasado días.
Aron asintió ante la explicación de Connor. Toda la familia Van Halow tenía dispositivos de ubicación en tiempo real; Aron lo sabía y por eso nunca se inquietó.
Aunque se sentía culpable, no podía admitir que había fallado en su papel de guardia.
—¡Maldita sea! —escupió Aron, frustrado—. Soy un estorbo. Estoy vivo solo porque Loren me salvó. No merezco este puesto.
Henry y Connor callaron, sorprendidos; no podían creer que el imperturbable Aron estuviera maldiciendo.
—¡Vamos, Aron! No fue tu culpa, esto escapaba a las capacidades de cualquier guardia —afirmó Henry.
—Él tiene razón. Hablamos de un accidente aéreo, no te subestimes por ello.
Aron no esperaba que lo comprendieran. Él mismo no lo hacía. Solo sabía que había fallado en su deber.
—Aron, deja eso de lado. Lo importante es investigar qué provocó el accidente.
Aron levantó la mirada, serio. Con tantas cosas lo había olvidado.
—¿De verdad fue un accidente?
No estaba convencido. La aeronave era segura, siempre lo había sido; resultaba imposible que los ingenieros no detectaran una falla antes de despegar.
—Aún no lo sabemos. Investigaremos cuando lleguemos a Bazari. Por ahora, descansemos —pidió Connor—. Henry, irás con tu esposo, supongo.
—Así es.
¿Esposo? Aron levantó la vista con rapidez.
—Aron, imagino que tú también irás con tu esposa.
Aron se quedó inmóvil. No había pensado en Rubí; su intención era acompañar a Loren hasta la fortaleza. Ese era su deber como guardia. Sin embargo, ahora también era esposo.
No supo qué responder y guardó silencio.
—¿Aron?
Aron se pasó la mano por el cabello.
—No, iré a la fortaleza por ahora. Hablaré con mi esposa después.
Henry y Connor lo miraron, desconcertados. Luego cruzaron miradas como si no lo entendieran, aunque no podían negar que se sintieron aliviados al saber que iría con Loren.
Ambos dirigieron la vista hacia una esquina, con culpa. De seguro esa pobre chica debía de estar preocupada; sin embargo, ellos se sentían aliviados de que Aron escogiera a Loren.
En silencio, ambos se disculparon con Rubí.
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CONTINUARÁ...