PARTE 19

1166 Words
Aron soltó un suspiro tan largo que parecía no tener fin. Se llevó las manos a la cabeza, abrumado. ¿En qué estaba pensando al hacer esto? La camilla en la que llevaban a Loren se encontraba a su derecha. Aron observó el cuerpo inerte de su compañero y recordó las palabras del médico: Loren estaba estable y fuera de peligro. Aparte de él, había otros guardias, y al parecer la aeronave se encontraba en perfectas condiciones. Entonces, ¿qué rayos hacía allí? Al pensar en Rubí, sentada sola en aquella casa silenciosa, los retorcijones de culpa le apretaron el estómago. Debió haber ido con ella. Para bien o para mal, era su esposa y merecía respeto. No necesitaba que nadie le recordara lo desconsiderado que estaba siendo. Aun con esa culpa carcomiéndole la mente, Aron no cambió de opinión. El amanecer ya se vislumbraba en el horizonte, tiñendo de amarillo el cielo. A lo lejos, el oasis de Bazari comenzaba a aparecer. —Señor —le habló un médico—, el canciller quiere hablar con usted. Aron giró hacia Loren. Aunque seguía acostado, sus ojos estaban entreabiertos. Sintió cómo sus entrañas se revolvían. Con un movimiento torpe se levantó y caminó hacia él. En el fondo, deseaba que la fiebre de aquellos días hubiese sido tan alta como para borrar los recuerdos de lo sucedido en la caverna. Él mismo estaba haciendo un gran esfuerzo por olvidar. De pie ante la camilla, Aron murmuró: —Sigues vivo. La comisura de los labios de Loren se alzó apenas. —¿Tú… estás bien? Loren tenía la vista fija en las suturas del brazo de Aron. Como si intentara ocultar sus heridas, Aron colocó la mano sobre la venda. —Estoy bien. Al menos, mejor que tú. Con los labios apretados, Aron tomó aire. —Te golpeaste la cabeza, dicen que es una contusión… Tú… ¿recuerdas…? Una risa forzada se escapó de los labios de Loren. Aron contuvo la respiración. —Crees que perdí la memoria… lo recuerdo todo. Incluso sé que dormimos juntos y que… Aron le cubrió la boca con rapidez. Los médicos a su alrededor se sobresaltaron. —Debe tratar mejor al paciente —reclamó uno. Con un movimiento brusco, Aron apartó la mano y chistó con enojo. ¿Y ahora qué demonios haría? El agotamiento no le permitía pensar con claridad. Se dejó caer en la silla junto a la camilla, ignorando por completo el movimiento descuidado de la aeronave. ¿Y si le daba otro golpe en la cabeza? Así se aseguraba de borrar esas memorias. Pero al mirar a su alrededor notó la cantidad de testigos presentes; de no ser por ellos, bien podría haberlo hecho. La mirada cansada de Loren lo hizo suspirar resignado. —Escucha, Loren… olvida todo. —¿Cómo salimos de esa caverna? … Silencio. Loren se llevó una mano a la cabeza. —¿Qué cosa? El gesto de impresión en el rostro de Aron no pasó desapercibido. —Después de acostarnos, ¿cómo salimos? No me vas a decir que escapaste tú mismo… ¿o sí? —No lo hice. —Aron respondió anonadado—. No lo recuerdas. Loren soltó un bufido irónico. —¿Qué pasa? ¿Me perdí la bella vista de verte escalar esa caverna? —Nada. No pasó nada. —Con un suspiro de alivio, Aron improvisó—. El rastreador, Henry, nos encontró. —¿Solo así? —¿Qué quieres que diga? Loren desvió la mirada hacia el techo de la aeronave. —Mmm… nada. Olvídalo. Aron sospechó de esa actitud. ¿Realmente no recordaba nada o solo se estaba haciendo el desentendido? Encogió los hombros. Daba igual. Si lo había olvidado o fingía, resultaba conveniente para él. Si alguien llegaba a enterarse de aquella cercanía, sería un verdadero problema. Aron aún figuraba en el registro del jardín de Loren, y por tradición nadie salía de allí una vez marcado por él. Consciente de eso, Aron no podía desear nada más que olvidar por completo lo sucedido. Es más, al mirar a Loren pensó: ¿Y si renuncio? Nunca lo había considerado en serio. Había ocasiones en las que lo contemplaba, pero siempre terminaba descartándolo. Esta vez, sin embargo, sentía el pecho oprimido, esa presión que impulsa a huir. La voz mecánica del portavoz anunció la llegada a Bazari. Aron se puso de pie; su corazón latía tan rápido que hasta le ardía respirar. Jamás había sentido algo tan turbulento. Cerró el puño con fuerza. No, sí había vivido algo peor. Si lo pensaba bien, lo que aquel chico había soportado era incluso más doloroso. Inspiró con fuerza hasta llenar sus pulmones y, al exhalar, contempló la hermosa vista. No podía ser tan maldito como para aferrarse a algo tan perturbador como el amor. Si alguna vez llegó a creer que ese apego lo era, ahora debía descartarlo. Esa era su penitencia por las malas decisiones de su vida pasada: el privilegio de amar solo se concede a quienes lo merecen. Y por experiencia, Aron sabía que su alma no era digna de algo tan bello. Cuando la aeronave tocó suelo, Aron fue el primero en descender. Su mirada, que en los últimos días había estado más expresiva, había recuperado la fría e imperturbable máscara. Henry frunció el ceño, preocupado al verlo. Definitivamente, esa no era la misma mirada de hacía unas horas. ¿Qué había pasado? —¿Aron? —intentó hablarle. Aron pasó de largo con indiferencia. Henry sintió cómo un muro helado lo separaba, confinándolo a la soledad. Desde que lo conocía siempre había sido así. En raras ocasiones, el verdadero Aron salía a la luz; justo como unas horas antes, se mostraba humano. Pero al final, la máscara y el muro siempre regresaban. Loren descendió en la camilla acompañado de varios guardias y médicos. Myli fue la primera en aparecer. Con el rostro lleno de preocupación, observó a sus dos parientes: uno golpeado y el otro postrado en una camilla. Al menos Connor parecía estar bien, pero Loren lucía grave. El siguiente en llegar fue León. Al ver a Connor herido, los ojos se le llenaron de lágrimas. Corrió hacia él y lo abrazó con todas sus fuerzas. Connor solo le acarició el cabello, como si consolara a un cachorro. —No pasa nada, estoy bien. —¿Pero cómo pasó esto? León no lograba comprenderlo. Esto jamás había ocurrido: la seguridad del canciller siempre había sido impecable. Connor alzó la vista hacia el cielo. No podía decir algo que lo preocupara aún más. —Fue un accidente. Estas cosas pasan. Mientras tanto, la señora Myli no dejaba de bombardear a los médicos con preguntas. Henry seguía mirando el mismo lugar por donde Aron había desaparecido. Quizá no lo sabían. Quizá ninguno de ellos comprendía que esto era solo el comienzo. No todo puede ser hermoso. Las cosas malas existen para enaltecer las buenas; de otro modo, lo bueno perdería sentido. CONTINUARÁ.
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