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2360 Words
"Un beso es un truco encantador diseñado por la naturaleza para detener el habla cuando las palabras se vuelven superfluas" Ingrid Bergman. —Sorprendentemente eres bastante tranquila en estos casos—musita en mi oído, dejándome en la perdición de su voz, poniéndome la piel tensa en cuanto su aliento a cereza aparece de nuevo. Esto debe dejar de ser una costumbre para él. No es bueno para mis nervios, estoy a punto del colapso. Los nervios iban de un lado a otro dentro de mí, pero llevaba tanto tiempo sin poder expresar lo que realmente deseaba saber, que mis expresiones se habían opacado cada vez más, y ahora me daba cuenta, que nadie sabía en verdad en qué estaba pensando en cuanto una nueva expresión se hacía presente en mi rostro. —Pero muy en el fondo, sé que tu mente está dando tantas vueltas, Aria, que solo deberías relajarte—Su mano derecha hace presión en mi abdomen acercándome más a él, dejándome sentir toda su anatomía, dejando que mi imaginación vuele, o hasta dónde puede llegar. Sentir el cosquilleo parece ya ser mi rutina cada vez que lo veo o que se me acerca. Con solo conectar mi mirada con la suya unas extrañas sensaciones traspasan mi cuerpo una y otra vez, dejándome perdida y cohibida de cualquier emoción. Parece que cada vez que estoy en este lugar, o que estoy con un hombre, empiezo a sentir cosas nuevas que en mi vida creí poder sentir. Un leve color rojizo se apodera de mis mejillas sin pedir permiso, dejando en el silencio la última triste virtud. Su toque se hace más fuerte dándome a entender que no dejará que me mueva o escape, y no pienso hacerlo. La sensación, ese toque se siente tan bien que no pienso moverme. El leve suspiro que da deja que algunos mechones de mi cabello se muevan y que mi cuello quede descubierto para él. Su mirada se posa en mi mano que se ha movido involuntariamente sobre la suya. No sé qué rayos estoy haciendo. Pero cada vez entiendo que la libertad, que ese misterio que comparte Adrián me permite ser en parte lo que siempre he querido ser. Desequilibrando mi mente, dejándome llevar por mis emociones, deseos, perdiendo el control de mí misma disfrutando de aquello que me ha sido prohibido. Lame sus labios, lo sé por el ruido que hace, y saber que están más rojos me hace querer probarlos de nuevo. Sonríe en casi un murmuro con cierta voz ronca alejándose de mí. Y el vacío que dejó entre nosotros lo siento ahora, persistiendo el deseo de haber querido permanecer en esa posición. Me giro para verlo, para seguirlo con la mirada por la sala llena de libros y cuadros en la que estuve hace unos días. Su camisa blanca está algo abierta dejando a la vista su pecho, remangada en los codos con un ceñido pantalón n***o que deja ver muy bien sus músculos. No sé bien por qué razón parece ser tan hipnotizante cada parte de él, dejándome en la duda completa sin saber realmente qué hacer. Su sonrisa audaz me da a entender lo cómodo que se siente con mi inquietante e impetuosa mirada, no puedo dejar de verlo. Sus ojos ámbar parecen ser más oscuros por la poca luz que hay en el lugar, pero eso no impide que brillen como dos de esos bichitos raros que llaman luciérnagas. Bebe un poco de lo que llama “whiskey” parece encantarle, mientras que a mí lo único que me apetece es tomar agua después de probar eso, lavarme la lengua con lo que sea y olvidar su asqueroso sabor. Se mueve lentamente por la habitación, seguro y airoso en cada paso que da, lo sigo con la mirada, sintiendo un imán entre nosotros que me impide dejar de ver su majestuosa espalda fornida, cada expresión, paso, aspecto físico me intriga más a saber cómo es, no solo físicamente, sino lo que en verdad es. Deja un círculo n***o grande en un cuadro de madera y en cuanto deja caer una barita encima, empieza a sonar algo, música. Pero no es como la que solemos escuchar en el club, no, es completamente diferente, más delicada, suave, dejando que los pensamientos fluyan, incitándote a cerrar los ojos y dejarte llevar por los toques del piano, sin duda una pieza con mayor sentimiento y poder que las que suelo escuchar en la iglesia de Otranto. Cierro mis ojos dejándome llevar por el hermoso sonido de las notas musicales. Tomo asiento en el gran sofá sintiendo que me transporto a uno de los lugares pintados en los cuadros. — ¿Hermoso, no?—habla aun a una distancia considerable manteniendo su postura. Su mirada parece querer saber qué pienso, y no duda en preguntarlo, aunque su rostro no sea del todo serio, deja ver la madurez en ella con un toque juguetón que resalta en cada palabra que dice, permitiendo que de nuevo ese cosquilleo aparezca dándome cuenta de que su voz logra sonar pasional sea cual sea el tema, seguro de lo que dice. Asiento abriendo lentamente los ojos dándome cuenta que se ha sentado frente a mí bebiendo de nuevo de su vaso —Es magnífico, no puedo creer que una pieza musical sea tan… —Culta, refinada, elitista. Hay tantas maneras de describir la música clásica Aria, es una pena que no la hayas escuchado antes, Chopin fue un gran compositor Polaco, te gloriarías de escuchar cada nocturno. Sabe lo que dice, habla con una convicción inigualable, pero muy en el fondo sé que puede que sepa más de lo que quiero, que sospecha de mucho, y yo estaré muy pronto en problemas. —Es una pena…si, pero para eso estoy aquí ¿no?—cruzo mis brazos queriendo imitar sus movimientos y comportamiento dándole a entender que no es el único que maneja la situación, no puedo dejarme llevar y mostrarle lo vulnerable que me pongo cuando está cerca —. Prometiste…—Me levanto acercándome a su silla—, enseñarme todo aquello que no sepa y esté a tú alcance, y entre esas cosas está esto Adrián. ¿Entiendes? Ladea la cabeza bajando su mirada a mis labios, lo sé bien, y extrañamente sonríe dejando a la vista su sonrisa blanca —Continúa—Lame sus labios—, sigue hablando… — ¿A qué te refieres?—Me alejo un poco notando que estaba bastante cerca como para juntar nuestros labios nuevamente. Su malévola sonrisa aparece de nuevo, mostrando la certidumbre de su actitud. —Me encanta cómo se mueven tus labios—sonríe maliciosamente mordiéndose su labio inferior. Se levanta de su asiento para hacerme compañía y dejarme nuevamente en sus garras, en la completa cohibición de mis sentidos, de poder decir o hacer algo, todo lo que quería demostrar se estaba yendo al mismísimo sanitario y él, parecía saberlo. La distancia que existía entre nosotros se desvaneció, lo único que logré hacer fue retroceder, un paso, dos pasos, pero al dar el tercero, me vi impedida por la pared. ¡Perfecto! Escapatoria, fallida. Una risita sale de su boca dándose cuenta de mis pensamientos, algo inoportunos sin duda. — ¿Dónde quedó tu coraje? ¿Quieres que te enseñe? Pues tendrás que tomar las cosas con calma Aria, no todo es tan simple, y tú—susurra la última palabra, sobando mi mentón para obligarme a verlo directo a los ojos—, tienes mucho que aprender… Hay tantas cosas que no sabes—niega con una sonrisa que no logro descifrar—. Y llegará el momento, pero no ahora. Los lunares en su rostro y cuello me dejan perdida, como si se tratase de un mapa, y me dejan loca y perdida en ellos dejando a un lado sus palabras, porque es lo que siempre dice; debo esperar. —Mírame—dice, poniendo su mano en mi mentón haciéndome verlo de nuevo, sus ojos tienen un toque más profundo, más claro del que no me había percatado –. Aquí, Aria—Mis ojos se unen a los suyos y de nuevo esa corriente pasa por mi cuerpo—. Sé que hay otras partes de mi cuerpo que te atraen, pero quiero que me mires a los ojos…quiero saber qué piensas, qué ocurre en esa mentecilla Ladea la cabeza con la intención de acercarse más, y sé bien cuál es su siniestro juego, es lo que yo siempre intento, descifrarlos, pero parece cada vez más imposible. Sostiene su inquietante sonrisa que empieza a asustarme, pero a gustarme al tiempo ¿es eso posible? Sus ojos brillan, queriendo con vehemencia tenerme más cerca, unir más nuestros cuerpos que suelen de alguna manera encajar perfectamente cuando me abraza. Mi respiración parece estar descontrolada, y lo único que sé, es que estoy temblando. —No, no, Adrián—sonrío, muevo mi dedo índice en negación, buscando fuerza en mis palabras —. No tan rápido. El usar sus propias ideas en contra de él parecen volverlo loco, dejándolo en la propia indignación de sus palabras, llegado a un deseo y mayor decisión en sus ojos. — Hay muchas cosas que nos faltan por descubrir, Adrián—Eso, regresa la valentía, doy un paso hacia delante que parece sorprenderlo, alejándolo un poco—. Para ambos, así que no intentes descifrarme, porque solo encontrarás grietas y vacíos. Mi respuesta parece sorprenderlo, su obvio ¡Wow! Se nota en la mirada, pero logra envestirlo con otra sonrisa cruzando sus brazos para descansar en el brazo del mueble. Asiente varias veces mirando su vaso como si su vida dependiese de ellos y antes de tomar un sorbo habla —Cierto, pero si tú no te abres para mí, puede que nunca logremos que sea recíproco, Aria. Y sé bien que tienes muchas preguntas para mí labios rojos. Bebe su trago y deja que un último suspiro salga de mi boca. ¿Tendré que decirle cosas para que él haga lo mismo conmigo? ¿Es eso lo que quiere? Solo darle información sobre mí… pero no es seguro. Lamo mis labios inevitablemente sintiendo mi garganta seca, “Labios rojos” el simple hecho que me esté llamando de otra manera, me deja en la completa locura y pérdida de mis sensaciones ¿Cómo carajos logra hacer eso? Evitando las evidentes tentaciones, sabiendo bien que él parece el mismísimo pecado en persona. Tomo asiento frente a él reposando mis manos en mis rodillas, suelto un suspiro dejando que unos mechones de mi cabello caigan en mi cara. — ¿Qué es lo que quieres saber? No hay mejor manera de saber algo que preguntándolo directamente, y creo que eso lo sabes bien—Mi voz parece estar al borde del vigor. Con su expresión me da a entender que le he dado en bandeja de plata aquello que quería, mi entrega completa a darle la información que quiere, aquello que aún no hemos confesado, nuestros intensos pensamientos, y oscuros pecados que nos han llevado a la propia locura. Intento descifrar su mirada, en el profundo sol de sus ojos, encontrarlo verdaderamente a él, pero lo único que logro ver es la luz que me ciega y me impide ver quién realmente es aquel hombre que me atrae de manera lasciva. —Debemos ir…lento en esto también—La comisura de sus labios se alza un poco dejando en el aire la delicadeza y elegancia con la que habla—. Soltar información de golpe podría afectarte. ¿Afectarme? ¿A qué se refería con ello? Pero antes de que pudiera formular miles de preguntas, como raro ¿no? Él me interrumpió, robándose mi último aliento.   —Dime ¿No puedo salir de tu mente, así como tú no sales de la mía? Es como si hubiera preguntado si me gusta la vainilla o algo por el estilo. ¿Cómo preguntaba eso? Digo, pensaba que preguntaría algo más, intenso. No, miento, esto es muy intenso, pero creí que preguntaría algo como… ¿de dónde eres realmente? O algo por el estilo, no si no podía sacarlo de mi mente, cosa que era más que cierta. —¿Quieres que te responda?—alza las cejas como si estuviera echo para esto, como si tan solo sonriendo lograra lo que quisiera, cosa que parece muy lógica, porque tan solo verlo lograba dejarte en la estupefacción total. —Sabes bien mi respuesta Aria…—susurra acercándose sigilosamente—. ¿Sabes la historia del beso? Es bastante antigua—Se sienta a mi lado, dejando que mis nervios vuelen de nuevo. Estaré a punto de un paro cardiaco esta noche—. Dicen que proviene entre una combinación India y griega, desde un periodo clásico los Romanos lo usaban, para familiares conocidos, osculum, basium y suavium, etiqueta de pertenencia, amistad y amor. Con el tiempo se fue evolucionando la idea, créeme Aria, que esta historia, de un explosivo roce, y presión de los labios tiene más historia. Por un momento se calla, como si estuviese a punto de decir algo que lo arruinaría todo. —Sin duda alguna, los besos tienen historia—susurro llamando de nuevo su atención haciéndolo que regrese su mirada con la mía. Su sonrisa me da a entender que ha alejado todo pensamiento que logró perturbarlo por un momento—. Y que aún falta mucho por aprender de ellos a pesar del tiempo… Muevo un poco mis labios, atrayendo inconscientemente su atención hacía ellos, dejando que la lujuria y desenfreno se apodere de su cuerpo. Adrián por más formalidad que presente ante los demás, que su compostura siempre sea firme, sería e irónica en ciertos casos, no deja a un lado lo juguetón y fogoso que es a la hora del contacto físico. Sus ojos ámbar, ese color amarillento dorado y de tinte cobrizo permite que quiera conectarme más a él, en un gran impulso, para descubrir las puertas del alma, que él no está dispuesto a abrir  –Has invocado al lobo… Encuentro de mentes, cuerpo y alma              
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