Desperté de golpe, con el corazón en mi boca y la piel aún ardiendo por los restos de la noche anterior. A mi alrededor el desastre era uno de los testigos de lo que ocurrió, prendas tiradas por todos lados, copas abandonadas con rastros de vino, las sábanas desordenadas burlándose de lo que había sucedido entre nosotros. Mi respiración se entrecortó al recordar cada detalle, cada roce, cada palabra que había dejado escapar sin pensarlo. Me giré al ver el vacío que había en el lado derecho de la cama, me cubrí enseguida con la sabana mientras tomaba una que otras cosas.
Llevé una mano temblorosa a mi boca, al ver que mi padre me estaba llamando —¿En qué estaba pensando? ¿Cómo había llegado a este punto?— La amenaza de mi padre resurgió en mi mente como un golpe seco, recordándome que no había espacio para la debilidad, no podía permitirme sentir.
Sin pensarlo dos veces, me levanté y corrí al baño. Cerré la puerta con fuerza y me apoyé contra el lavamanos, intentando recuperar el aliento. Mis jadeos eran desesperantes y incontrolables. Levanté la vista y me encontré con mi propio reflejo, el cabello revuelto, la piel marcada por sus labios, los ojos cargados de cansancio, esto debía parar.
Abrí la ducha y me metí bajo el agua helada. Dejé que me cubriera, que borrara cualquier rastro de la noche que ahora pesaba sobre mis hombros. Era un intento inútil, lo sabía, pero necesitaba algo que me devolviera el control. —Maldito, maldito— jadeaba contra el agua,
Cuando salí, me tomé mi tiempo para recuperar la imagen de la mujer que debía ser. Acomodé mi ropa y respiré hondo antes de girarme hacia la ventanilla del baño. Ahí, oculto con cuidado, estaba lo que había guardado antes de que todo cambiara. Mis dedos rozaron el arma con una mezcla de duda y temor.
Apreté los labios, sintiendo el frío metal en mi palma mientras entreabría la puerta. El aire se filtró en el pasillo, bajé con cuidado las escaleras, cada paso firme pero tembloroso, el peso de la noche anterior aún me invadía mis pensamientos.
Entonces, escuché su voz
—Antonella.
Se me cortó el aliento. Mi agarre se endureció sobre el arma en mi mano. Estaba lista para apuntarle, para recordarle que nada de lo ocurrido iba a cambiar algo. Pero cuando alcé la vista, lo encontré de espaldas, ajeno al arma que por un instante, estuvo a punto de marcar un nuevo límite entre nosotros. No iba a ser la simple secretaria que el creía, pero el aroma del café recién preparado flotaba en el aire.
Mi pecho se alzó y se contrajo con un suspiro tembloroso. Cerré los ojos mientras guardaba el arma.
Cuando él se giró, su expresión fue seria. Me recorrió con la mirada, evaluándome, leyendo mi postura, mi respiración, mi piel aún húmeda por el agua fría. Pero entonces, su boca dibujó una ligera curva, un gesto de risa contenida, de una ironía que me despertó del todo.
Retrocedí un paso.
Fabricio:Elevé las manos con un aire de calma burlona. No me sorprendía verla así, lista para defenderse como siempre, para atacar si lo creía necesario, como todos los días estaba ahí para mí. Quizás aún pensaba que esto era un juego.
Le tendí la taza de café sin decir nada.
Ella la tomó, pero mantuvo la distancia.
Quise hablar de lo sucedido, y disculparme por la imprudencia, pero es que la necesidad que nos llevó a cruzar esa línea fue o increíble. Pero apenas abrí la boca, ella me cortó con sus palabras secas como siempre.
—Hablemos de la empresa del préstamo.
Me tomó un segundo entender su cambió de rumbo, desvió la conversación hacia algo más frío, más controlado.
Sonreí, casi divertido por su habilidad para evitarme.
—Sí. Nos van a dar el préstamo.
La tensión seguía entre nosotros, incómoda. Pero ninguno de los dos tenía intención de ponerle nombre a lo sucedido.
Antonella:Fabricio recibió una llamada justo cuando el aire entre nosotros se volvía más incómodo. Observé cómo su expresión se endurecía al mirar la pantalla, su mandíbula marcándose algo tensa.
Instintivamente, desvié la mirada, incómoda, y llevé una mano a mi cabello en un intento de distracción, y luego rodé mis ojos, pero él lo notó.
Sus ojos se afilaron, atrapando el pequeño gesto, viendo mis gestos. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, endurecí la expresión y me obligué a adoptar una postura indiferente, como si nada en esa llamada tuviera peso, di un sorbo a mi taza mientra el me seguía con la mirada,
Me puse de pie, con la intención de marcharme, de dejar atrás el desastre de la noche anterior. Pero entonces, el sonido de la llamada cortándose me detuvo. Fabricio acababa de colgar.
Fabricio:—No quiero saber nada de ella—
Las palabras salieron de mi boca con un filo que cortó el silencio.
Antonella apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que mi mano se cerrara suavemente pero con firmeza alrededor de su brazo. La atraje hacia mí, su cuerpo chocando con el mío, su respiración uniéndose con la mía, acaricié su mejilla mientras me incliné hacia su oído, sintiendo el escalofrío que la recorrió antes de siquiera pronunciar las palabras.
—Eres mía, Antonella.
Su cuerpo se sobresaltó mientras sus manos tocaron mi pecho.
Me miró con los ojos muy abiertos, en un impulso fugaz de confusión y adrenalina. Luego, con un movimiento veloz, se alejó, dejando solo el vacío donde su calor había estado segundos antes.
La miré irse, riendo bajo. —Buen día, mi secretaria— dije al verla irse.
Antonella:Salí del edificio sintiendo el aire fresco golpear mi piel, pero mi mente seguía atrapada en el calor sofocante de lo ocurrido. Al bajar el último escalón, mi mirada se cruzó con la del jardinero. Él apenas elevó el rostro y asintió, como si supiera más de lo que decía, como si mi presencia en ese momento confirmara algo que no necesitaba palabras. —Mejor que cierres la boca—
Apreté la mandíbula y desvié la vista.
El sonido de mi teléfono vibrando me sobresaltó. Ni siquiera miré quién llamaba, porque ya sabía quién era, solo sentí mi pulso acelerarse. En un impulso, tomé el primer carro que se detuvo a mi lado.
El teléfono seguía sonando.
Mi mirada cayó sobre la pantalla, solo viendo el nombre sin atreverse a contestar. La ansiedad se apoderó de mí, mis uñas atrapadas entre mis dientes mientras el camino transcurría en silencio, cada segundo era algo de vida para mí.
Cuando por fin vi la entrada de mi casa, solté el aire contenido en mis pulmones. Me bajé rápido, cerré la puerta del auto sin mirar atrás y entré.
Todo estaba en su lugar.
Respiré.
Pero algo no estaba bien. Lo sentía en la piel, me giré rápido y allí lo vi sentado.
—Papá… no es lo que piensas —murmuré, sintiendo la presencia tras de mí, la amenaza contenida en su silencio.
La risa baja y áspera de mi padre retumbó en la sala
—Eso lo decides tú— Su tono tenía un filo peligroso, una calma que jamás era tranquilizadora —Solo ten en claro lo que quieres hacer.
El peso de sus palabras se hundió en mi pecho.
Antonella:Mi padre no dijo una sola palabra cuando se alejo, pero dejó algo sobre la mesa.
—¿Fotos?— murmure
Las tomé con cuidado mientras lo veía, sintiendo el pulso acelerarse. Cada imagen era un golpe seco en mi pecho. Fabricio en distintos lugares, reuniones, cenas… y luego, yo, caminando junto a él.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—¿Quién tomó estas fotos? —pregunté sin apartar la vista, mi tono más duro de lo que pretendía.
Mi padre se detuvo en la entreda de la puerta, apenas girando la cabeza.
—Fabricio tiene muchos enemigos por culpa de su padre. Y ahora lo buscan a él.
Sus palabras me golpearon antes de que pudiera reaccionar.
—Anoche estabas tú, cuando iban por el
—continuó—, pero ¿quién va a estar cuando vayas por él?
El silencio que siguió fue peor.
Mis manos se aferraron a las fotos. Los rostros de quienes nos vigilaban parecían cada vez más oscuros.
Mi padre se giró por completo, sus ojos analizándome con una seguridad inquietante.
—Nadie te tocará, pajarita, tienes a tu padre y además, eres ágil.
Su tono se volvió más frío.
—Pero ser la secretaria de ese…
No lo dejé terminar.
—¿Le diste el préstamo?
La pregunta cortó el aire entre nosotros como un filo inesperado.
Mi padre soltó una carcajada y negó varias veces mientras encendía su tabaco.
—Sí.
Respiré hondo.
—Todo de acuerdo al plan— dije y lo vi marcharse, mi teléfono sonó por un mensaje, vi la puerta cerrada por donde se fue y lo abrí.
—¿Y el plan es caer?— me escribió mi padre con un tono de burla, me tire en el sofá tratando de olvidar todo —Maldito CEO—