Caminé tras Herbet, la corona pesada en mi mano derecha, mientras que en la izquierda, casi con reverencia, sostenía un pequeño anillo de oro. El anillo parecía insignificante a simple vista, pero para mí, era mucho más que un simple accesorio. Sus bordes delicadamente labrados albergaban una inscripción apenas visible: mi nombre, Karen. El oro, con su brillo apagado, estaba marcado por el paso del tiempo, pero aún reflejaba el resplandor de aquellos momentos pasados, los que ahora se sentían como fragmentos perdidos en la niebla de mi memoria. El anillo había sido mío antes, pero con el tiempo se había convertido en un recordatorio de lo que había sido… y de lo que aún quedaba por venir. Lucas me seguía, su presencia una sombra persistente que hacía que mi mente se dispersara, aunque no

