Capítulo 3

2118 Words
Por la mañana se dirigió a la oficina del empleado después de detenerse a hablar con algunos vecinos de sus abuelos.  Su abuelo nunca la dejó sola y cuando llegó el momento de firmar los papeles y sus manos temblaron tanto que no pudo poner la tinta en el papel, él la abrazó mientras ella sollozaba incontrolablemente. —No debería ser tan difícil. —Lloró contra su hombro. —Todavía lo amas Mackenna —susurró su abuelo suavemente—. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —No me ama. Solo quiere poseerme. Me mantuvo oculta como si se avergonzara de mí, como si le preocupara que el mundo descubriera que se había casado por debajo de él.  Ella se limpió las lágrimas con rabia mientras rogaba que su ira regresara para poder completar la tarea que se había propuesto hacer.  —Él paseaba por todas partes con esa mujerzuela en su brazo y ella me llamaba para decirme que lo había observado dormir porque estaba exhausto de hacer el amor con ella. —Agarró el bolígrafo con enfado, ignorando los ojos sorprendidos del empleado—. Esto termina hoy. —En realidad, no terminará hoy. Esto es solo el comienzo de este proceso. —El empleado la miró frunciendo el ceño. Su abogada Camille rodó los ojos y le dio palmaditas en el hombro.  —Es el fin para ti, Mackenna. Una vez que informe al juez sobre cómo ha acosado a tu familia, el juez seguramente estará de tu lado y tu información personal, tu paradero y tu empleador se mantendrán confidenciales. Hablaré con el juez hoy. Ahora puedes empezar a relajarte. El resto de tu vida está por delante y el pasado es solo pasado. Para celebrar, ella decidió ir de compras en busca de zapatos nuevos y un traje a juego para trabajar.  Su abuelo había declinado acompañarla en el viaje, pero su abuela estaba más que feliz de ir con ella.  Compraron todo el día y al día siguiente salieron de nuevo para terminar el resto de la lista de artículos necesarios para llevar de vuelta a Phoenix. Había estado en Milán durante tres días y ya sentía el peso de la cocina de su abuela descansando en sus caderas. Estaba saliendo de una tienda en Corso Buenos Aires cuando la vista de un hombre alto y moreno hizo que su corazón se detuviera y sus pasos vacilaran.  Los ojos de su abuela siguieron su mirada y luego agarraron la mano de Mackenna.  —Está en París, recuerda. Es solo otro hombre alto y moreno italiano, una moneda de diez centavos en esta ciudad. —Su voz se desvaneció en un susurro cuando el hombre se dio la vuelta y se encontró con la mirada de su nieta. Sofía hizo la señal de la cruz sobre su cuerpo—. Madre de Dios, parece enojado. —Comienzo a pensar que tiene un microchip incrustado en mí que se enciende cada vez que piso suelo italiano —susurró Mackenna temerosamente mientras Alessandro cerraba su teléfono y se dirigía decididamente a través del tráfico pesado en su dirección. —Es increíble —coincidió Sofía mientras agarraba el brazo de Mackenna—. Te animaría a intentar evitarlo, pero no creo que sea posible. No hay a dónde ir. Por la forma en que ganaba terreno, con dos zancadas por cada una de ella, ella sabía que incluso si intentara lanzarse bajo un autobús cercano, él la alcanzaría antes del impacto.  Se preparó para el destello de ira y la furiosa diatriba que vendría. Mantuvo su rostro serio e intentó calmar el estruendo de su corazón mientras lo observaba.  No había cambiado ni un ápice en cinco años. Alto, moreno, delgado y fuerte, y los ojos ámbar que perforaban su ser estaban todos presentes, como si se hubiera hecho un listado en preparación para el asalto a sus sentidos. Lo esperó mientras se acercaba. Él nunca había evitado regañarla en público o en cualquier otro lugar, y así, conforme se acercaba, sintió cómo sus pies se preparaban para el impacto que tendría. Sus dedos se clavaron dolorosamente mientras apretaban sus hombros, asegurándose de que no pudiera huir.  —Así que, la esposa pródiga regresa. —Alessandro, déjame ir. —Trató de zafarse de su agarre, pero él era demasiado fuerte—. Me estás lastimando. —¿Sabes qué es el dolor, Mackenna? — preguntó fríamente—. ¿Realmente sabes qué es el dolor? Ignoró sus palabras sarcásticas.  —Se supone que debes estar en París. Es la semana de la moda. —Así es, y tú estás jugando deliberadamente con mi trabajo y obligaciones contractuales. —Señaló a un agente de seguridad detrás de él—. Ayuda a la señora Giordano con sus maletas hacia el auto, por favor. —No vamos contigo, Alessandro. Mackenna discutió con él y detuvo al hombre de llevar las maletas y guiar a su abuela hacia el auto. —Mackenna, no voy a discutir contigo sobre esto en medio de la calle. —Alessandro la miró furiosamente, con los dedos tocando los suyos. —Está bien, entonces retrocede y déjame ir. —Tiró de sus manos lejos del firme agarre que él tenía sobre ella, pero él la retuvo firmemente. —Mételo en el automóvil ahora —ordenó a través de su mandíbula apretada. —No —dijo ella—. Regresa a París. Estoy segura de que Dulce no puede funcionar sin ti a su lado. Su abuela tomó su mano.  —Mackenna, la gente está mirando y hay un fotógrafo bajando por la calle. Tal vez deberíamos dejar que Alessandro nos lleve de regreso al apartamento y él puede venir y hablar contigo allí. Mackenna pudo ver cuánto se mortificaba su abuela por su discusión. Era una persona privada, tranquila, tímida y reservada. Aunque sus voces eran susurros siseantes, estaban atrayendo atención en la concurrida calle y Mackenna instantáneamente se sintió mal por avergonzarla.  —Lo siento Nonna. Vamos a llevarte a casa. El agarre de Alessandro no se aflojó ni un ápice en su hombro mientras la giraba y la llevaba hacia la limusina esperando. Ella se quedó atrás mientras su abuela era escoltada suavemente al vehículo. Se metió dentro del coche oscuro con las ventanas tintadas justo cuando uno de los miembros del equipo de seguridad le quitó una cámara a un fotógrafo y borró las fotos que había tomado. Esto era una de las cosas que a ella nunca le gustaron de Alessandro. No le importaba que la gente quisiera tomar su foto o la suya desde que estuviera con él. Lo que le molestaba era el hecho de que Alessandro lo pusiera como el primer elemento en su lista de seguridad, de que nadie supiera de su relación.  Le enfurecía saber que si Dulce estuviera en su brazo, los paparazzi podrían haberle tomado mil fotos y él no habría parpadeado, y su seguridad simplemente los habría empujado dentro del coche. Pero como no estaba con Dulce y estaba con ella, las fotos se borraban como si estuvieran manchadas y fueran humillantes. Se arrastró al lado de su abuela y se sentó rígida con sus bolsas en el asiento junto a ella. Sostuvo la mano de su abuela.  —Nona, lo siento. No quise causarte vergüenza. —No te preocupes, Mackenna. No es tu culpa. Alessandro atrae la atención dondequiera que vaya. Levantó la mirada cuando el hombre se deslizó hacia el asiento frente a ellos. —Tiene razón, señora. Mackenna no debería estar vagando por las calles sin seguridad. —Se arremangó el pantalón mientras cruzaba el tobillo sobre la rodilla. —No, es porque no debería estar vagando por las calles sin una orden judicial que te prohíba estar cerca de mí —le espetó furiosamente. La miró a través del oscuro interior del vehículo y se preguntó qué le había pasado a la niña parecida a un duendecillo que se había casado con él.  Se había ido el bob rubio corto que le curvaba las mejillas haciéndolas redondas y llenas, y en su lugar su cabello ahora caía en una larga cascada recta de canela suave con reflejos dorados y cortada en flequillo, lo que hacía que sus ojos azules parecieran redondos. El flequillo enmarcaba la parte superior de su rostro, haciendo que su barbilla pareciera más estrecha y sus pómulos más altos.  La joven que había pasado los últimos cinco años buscando fue reemplazada por una persona muy empresarial que lo miraba con desdén como si él no significara nada para ella. Por muy hermosa que la considerara, no apreciaba en lo más mínimo la forma en que su actitud había cambiado.  —¿Cuándo te convertiste en una perra? Escuchó el gaspido de su abuela y lo miró fijamente.  —Cuida tu boca alrededor de mi abuela, por favor. Puede ser satisfactorio hablar como un marino en compañía regular, pero encuentro irrespetuoso que hables de esa manera frente a mi abuela. Miró a su abuela, amonestado y genuinamente apenado.  —Lo siento, Sofia. Mackenna tiene razón. Te falté al respeto. Por favor, acepta mis disculpas. —Por supuesto, Alessandro, pero me gustaría ir a casa ahora, por favor.  Sofia se tragó el nudo en la garganta. El ambiente en el coche estaba tenso y cruzó las manos ordenadamente sobre su regazo mientras Alessandro tocaba el cristal para que el coche comenzara el viaje al apartamento donde vivía con su esposo. Él observó a Mackenna cuidadosamente.  —Has cambiado. —¿Esperabas que iba a quedarme como el felpudo sobre el que te limpiabas los pies para siempre? —le retrucó con malicia. —No recuerdo haberme limpiado los pies contigo. —Se recostó en su asiento y sacó un cigarrillo del bolsillo. Cuando él alcanzó el encendedor, ella sintió un dolor en el pecho al ver el artículo bañado en oro en su mano. Se lo había comprado para su primer aniversario de bodas.  Siempre había usado cerillas y se le acababan constantemente. Lo había grabado con su inicial en un lado y en la parte inferior simplemente decía “amor Mackenna”. Él le había dicho que siempre lo atesoraría. Que aún lo usara le molestaba. Miró por la ventana. Todo lo que quería era alejarse de él y poder respirar libremente, porque cuanto más tiempo se sentaba en su cercanía, más dudaba en presentar la solicitud de divorcio.  Sus ojos ámbar siempre tenían una forma de hacerla sentir deseada y querida, e incluso en su enfado podía ver esas emociones mientras inhalaba profundamente el humo de su cigarrillo. —Mackenna, tal vez puedas decirme dónde has estado durante los últimos cuatro años y once meses. —Sostuvo el cigarrillo entre los dedos mientras esperaba a que ella hablara. —Trabajando.  Apartó la mirada del pelo oscuro que escapaba del dobladillo de sus pantalones y coronaba su calcetín.  Se dio cuenta de que aún era consciente de su atractivo s****l como siempre lo había sido. Eran como imanes y la atracción entre ellos era feroz. O al menos, admitió para sí misma, la atracción hacia él era feroz.  Ahora sabía que él simplemente disfrutaba del poder y el control que tenía sobre ella y no había amor allí.  Suspiró en voz alta, una corriente de humo se desprendía por sus fosas nasales al sonido y miró impacientemente a la abuela.  —¿Te das cuenta del cambio en tu nieta o me imagino que es beligerante y difícil? —Mackenna se ha convertido en una mujer joven fuerte y segura de sí misma y estoy orgullosa de ella. —El mentón de Sofia se adelantó en una muestra inusual de desafío—. Se necesita mucho valor para dejar a todos los que amas y comenzar de nuevo—. —¿Entonces, apoyas esta tontería? — preguntó Alessandro, sorprendido—. ¿No la extrañas? —La extraño profundamente todos los días, pero solo quiero su felicidad. Olvidas que mi única hija, su madre, también se fue para seguir su corazón. Apoyo a Mackenna así como apoyé a mi Madeline. Sofia mantuvo su mirada pero luego apartó repentinamente el rostro como si no pudiera soportar mirarlo a los ojos. —Bueno, no la extrañarás más. Finalmente está en casa y nos sentaremos y resolveremos esta tontería que la mantuvo alejada por demasiado tiempo. Mackenna está en casa para quedarse.  La contundencia de sus palabras se vio acentuada con una pluma de humo mientras exhalaba en el interior estrecho. Alessandro terminó su cigarrillo, lo aplastó con los dedos y lo metió en un cenicero. Su mirada desafiaba a Mackenna a discutir.
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