Sentada en los estrechos confines de la limusina, consciente de que su abuela no tenía más opción que escucharlo todo, la tentación de golpear la arrogancia de su rostro era increíblemente impresionante.
—¿Y si esto no es lo que quiero? — interrumpió Mackenna ese comentario calculador y engreído.
Él inclinó la cabeza hacia atrás, evidentemente sorprendido por su comentario.
—¿Me estás diciendo que no quieres resolver esta ridícula disputa?—
—Oh, quiero que se resuelva.
Estaba a punto de decirle exactamente cómo lo iba a resolver cuando sintió el apretón de advertencia de su abuela y tomó aliento y apartó la mirada.
De repente, se dio cuenta de que aunque Alessandro se había enterado de que ella estaba en la ciudad, no tenía idea de que había presentado una demanda de divorcio.
En su enfado, estaba a punto de revelarlo todo, pero su abuela la protegía de arruinar su plan; gracias a Dios que una de ellas tenía buen juicio hoy.
Él asumía que ella había regresado a casa para estar con él. Sintió cómo su estómago caía como si hubiera tragado un yunque.
Si él era tan insistente cuando pensaba que ella quería volver a casa, sería insoportable cuando se enterara de que había solicitado el divorcio. Su abuela lo había sentido antes que ella, y de repente estaba agradecida por la presencia de esa mujer de una manera en la que nunca antes lo había estado. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en su hombro.
—Entonces está resuelto —habló Alessandro mientras veía a su abuela rodear con su brazo delgado el hombro de su esposa y besarle la frente—. Vamos a casa después de dejar a tu abuela.
—No. —Se enderezó y tragó profundamente. Si volvía a su finca, nunca llegaría indemne a Phoenix—. Alessandro, no puedes esperar que vaya directamente a tu casa después de cinco años. No estoy lista. Necesito más tiempo.
—Necesitamos hablar y hacerlo en el diminuto dormitorio del apartamento de tus abuelos en el que te quedas no es aceptable. —Negó con la cabeza hacia ella.
Podía ver en sus ojos que hablar era lo último en lo que pensaba, y ella se retorció en su asiento y apartó la mirada del ardiente calor de su mirada.
—Alessandro —su voz fue más ronca de lo que pretendía—. necesito tiempo.
—Cenaremos entonces y... —se detuvo cuando ella parecía preocupada—. ¿Ahora qué?
—Alessandro, no pensé que estarías aquí hoy. Se suponía que debías estar en París. Había esperado pasar unos días con mis abuelos antes de que vinieras a casa. No te dije que iba a volver porque sabía que querrías llevarme contigo lejos de ellos. Los he extrañado muchísimo. No quiero estar enojada contigo, pero arruinaste mis planes y mi sorpresa. ¿Por favor, no puedo quedarme con ellos hasta el final de la semana de la moda?
Se mordió el labio nerviosamente, sabiendo que estaba jugando un juego peligroso al hacerle pensar que había vuelto a casa para siempre.
Tomó una profunda respiración ante sus palabras apresuradas y le hizo señas con el dedo.
—Ven aquí.
Ella tragó profundamente y sintió cómo su abuela le apretaba la mano y ella le devolvió el apretón de manera tranquilizadora.
Sabía lo que estaba haciendo, o al menos eso esperaba. La única forma de ganar con Alessandro era hacerle creer que era irresistible y que ella era plastilina en sus manos.
Tomó su mano y dejó que la llevara por el pequeño espacio hasta su regazo. Jugó nerviosamente con su corbata sin poder mirarlo a los ojos.
—Por favor, Alessandro. Solo pido unos días con mis abuelos. Tendremos el resto de nuestras vidas.
Bueno, se corrigió mentalmente, ella tendría el resto de su vida sin él, y él tendría la suya sin ella. Lo único que necesitaba era unas horas para encontrar un vuelo y subirse a él.
—Vamos a llegar a un acuerdo. —Acarició su cabello y decidió que le gustaba la longitud—. Cena conmigo esta noche. Hablaremos un poco y te llevaré de regreso a tus abuelos por la noche. Podrás quedarte con ellos hasta que vuelva.
Inclinó su mentón y sostuvo su mirada en busca de cualquier señal visible de angustia o ansiedad.
—Por supuesto, me perdonarás si me aseguro de que no te vayas corriendo y tengo seguridad en el apartamento para acompañarte en futuras expediciones de compras.
Ella acarició su corbata y se obligó a sostener su mirada.
—Alessandro, puedes ponerle cuatro hombres de seguridad de guardia, y no me ofenderé.
Ciertamente no estaba ofendida. Tenía toda la intención de escaparse y, en sus zapatos, sin duda haría lo mismo al no confiar en una palabra que saliera de sus labios.
Deslizó su dedo bajo la corbata azul marino y a través de los botones y tocó la carne dura debajo de su camisa. Vio cómo sus ojos se oscurecían a un marrón dorado profundo cuando sintió su tacto.
—¿Cuándo volverás a casa? —Al menos tenía un pequeño control sobre él, consideró, sintiéndose victoriosa. La satisfacción ardía en lo más profundo de su vientre.
—Sábado. —Presionó sus labios contra su frente.
—Eso son cinco días enteros. —Hizo un mohín en broma y tuvo que recordarse no exagerar.
Miró por la ventana y se dio cuenta de que el automóvil estaba fuera del complejo de apartamentos de su abuela. Se levantó de su rodilla y recorrió el interior del auto.
—Voy a acompañar a Nona.
Asintió y ayudó a ambas mujeres a salir del coche. Sintió su mano en su espalda baja mientras entraban en el complejo y el agente de seguridad llevaba las maletas.
Siguió a su abuela hasta su habitación, consciente de que Alessandro bloqueaba cualquier salida del lugar. Vio a su abuelo levantar la vista sorprendido desde su escritorio en la esquina.
—¿Vas a ir con él? —preguntó su abuela en voz baja.
—No tengo opción. Es obvio que aún no sabe que he presentado mis papeles. Cenaré con él y volveré aquí. Encontraré una manera de escapar de la seguridad. —Respiró hondo—. Camille me había dicho que sería notificado en su finca. Es obvio que quiere regresar a Dulce. Si no le sirven los papeles hasta después de que me traiga de regreso aquí, entonces está bien.
Abrió su bolso y sintió lágrimas comenzar a deslizarse por sus mejillas por la injusticia de todo aquello.
—Sin embargo, si se entera entre ahora y la hora en que termine la cena, hará todo lo posible para no dejarme ir. Si esto sucede, tendré que encontrar una manera de ir directamente al aeropuerto y abordar cualquier avión que pueda. Tengo mi pasaporte.
Su abuela tomó sus manos.
—Siempre puedo enviarte tus cosas. No te preocupes si tienes que irte esta noche, Mackenna. —Sofía le dio un beso en las mejillas.
Enzo estaba con la mandíbula apretada.
—No estoy feliz de que él te aleje de nosotros una vez más.
Ella lo abrazó fuerte.
—No te preocupes, Nonno. No será mucho tiempo, y tendré mi libertad, y cuando llegue el día, ni siquiera Alessandro Giordano me impedirá hacer lo que quiero. Apenas podrá pesarme si estoy casada con otra persona, ¿no? Tengo toda la intención de encontrar un marido adecuado y comenzar de nuevo mi vida.
—Bueno, espero verte de nuevo antes de que te vayas, pero sabes que te amamos y te apoyamos sin importar qué. —Su abuelo la abrazó con sus fuertes brazos—. Te quiero.
—Yo también te quiero. —Ella acarició su bolso—. Tengo mi pasaporte por si acaso lo necesito. De lo contrario, estaré en casa esta noche con un agente de seguridad a mi lado.
Escuchó a Alessandro llamar su nombre y rodó los ojos.
—Tengo que irme. Te quiero.
Se abrió paso de regreso.
—¿Prometes dejarme volver esta noche?
—Tienes mi palabra. Acabo de colgar el teléfono y mi vuelo saldrá en unas horas, así que necesitaré estar en el aeropuerto muy pronto. —Extendió su mano—. No perdamos más tiempo. Pasarás el resto de la semana con tus abuelos. Sin embargo, el sábado por la noche estaré en casa, iremos a casa y resolveremos cualquier cosa que no hayamos resuelto esta noche antes de acostarnos el sábado. ¿Está claro?
Ella puso su mano en la suya.
—Por supuesto, Alessandro.
No le preguntó dónde iban a cenar y cuando la limusina se detuvo junto al hotel Gallia, miró hacia abajo su blusa rosa pálido y sus vaqueros desgastados.
—Alessandro. No estoy vestida para esto.
—Pediremos servicio a la habitación.
Sus palabras le enviaron un escalofrío por la espalda y tuvo la urgencia de salir corriendo gritando por la calle sabiendo muy bien que la comida era lo último en su mente.
Llena de pánico, ella parecía un robot mientras él entraba al hotel por el vestíbulo y se dirigía directamente al ascensor. Un conserje los encontró en el ascensor y los escoltó hasta la suite que Alessandro había obviamente reservado mientras ella estaba con sus abuelos en la habitación.
Ella se retorcía las manos nerviosamente mientras observaba la opulencia de la habitación. Vio cómo él cerraba la puerta detrás del conserje y luego se volvía hacia ella.
El nudo en su garganta crecía y consideró que podría sofocarse. Oró por eso.
—Ahora —desabrochó los gemelos de sus muñecas y los tiró descuidadamente sobre un tocador después de arrojar su chaqueta sobre una silla —cuando te vi por primera vez en la calle, estabas enfadada. Hace treinta minutos, tuve la clara impresión de que habría recibido un baile de regazo tuyo si tu abuela no hubiera estado en la limusina con nosotros, y ahora estás extremadamente nerviosa. ¿Qué pasa?
—Tengo miedo.
No estaba mintiendo. Estaba absolutamente petrificada. Cuantas más capas él quitaba, más calor sentía, y eso era injusto.
—¿Por qué ahora, Mackenna? —La forma en que él decía su nombre siempre le hacía sonreír y él vio sus labios curvarse—. ¿Ya estás lista para burlarte de mí?
—Algunos hábitos mueren lentamente. —Ella se movió de un pie a otro.
—Contesta la pregunta —dijo de repente, con los labios apretados—. Dime por qué has regresado ahora.
—Quiero poner todo este horrible lío detrás de nosotros.
Mackenna se dio cuenta de que lidiar con medias verdades no era tan difícil como pensaba que sería.
—¿No sentías esta necesidad hace un mes, hace un año, al día siguiente de que huyeras de mí?
Entonces ella apartó la mirada.
—Mi madre tenía mi edad cuando nací. Tenía veinticinco años. Siempre pensé que sería como ella, teniendo a mi primer hijo a esta altura.
No estaba mintiendo.
—¿Estás lista para tener una familia?
Esto lo sorprendió. Habían discutido sobre hijos antes y ella había estado indecisa.
—Cualquiera que sea la razón, me alegra que hayas vuelto a casa. —Hizo un gesto hacia la cama—. Siéntate.
—¿No puedo sentarme en una silla?
Ella se dirigió hacia el sillón tapizado, pero él la interrumpió.
—Mackenna, no he hecho el amor con mi esposa desde hace casi cinco años.
En su discurso, no se dio cuenta de cómo se le iba el color del rostro a ella, y ella se agarró de la pared para apoyarse.
—Ahora, no quiero apresurarte ni nada, pero tengo un vuelo que sale pronto. Las próximas tres semanas estaré muy ocupado y solo tendré un poco de tiempo para pasar contigo, sin embargo, estoy trabajando en despejar mi agenda para que podamos tomar unas vacaciones juntos durante un par de semanas. —Su camisa siguió a su saco.
Qué considerado de su parte programarla cuando intentaba salvar su matrimonio, pensó con malicia.
—Alessandro. A diferencia de ti, no puedo simplemente desnudarme y estar lista para hacer el amor.
—¿Quieres romance? ¿Unas velas, música suave y vino? —preguntó con los ojos en blanco—. Te daré todas esas cosas en unos treinta minutos. Por ahora, tengo necesidades.
La levantó en brazos y se rio de su expresión indignada. La besó fuertemente en la boca.
—¿Necesidades? —exigió mientras apartaba los labios de su beso castigador—. No, Alessandro.
La acostó en medio de la cama y la atrapó allí sentándose sobre sus caderas. El tacto de su m*****o pesado descansando contra su pelvis era demasiado real para que ella lo ignorara, y retorció su cintura para alejarse de él, pero solo logró un contacto más íntimo y se mordió el labio ante las sensaciones que agitaban su abdomen.
Podía sentir su cuello uterino contrayéndose en anticipación y casi gritó con una frustración s****l repentinamente muy real e intensa.
Su mano se deslizó entre ellos y frotó el lugar sensible oculto bajo su mezclilla. Un gemido bajo se le atragantó en la garganta y cuando su otra mano se deslizó bajo su blusa y tiró del pezón que se endurecía contra su mano, el sonido salió disparado de sus pulmones.
Cerró los ojos contra las sensaciones y luchó contra ellas.
—Alessandro, por favor, detente. Dijiste que íbamos a hablar, y te creí. No quiero tener sexo.
—Sí, lo quieres. —Levantó las cejas oscuras alto en su frente al escuchar sus palabras—. Tus caderas están moviéndose debajo de mí.
—De acuerdo, mi cuerpo quiere tener sexo, pero yo no. Mi mente me dice que esto no es algo bueno. No podemos simplemente ir a la cama después de todo este tiempo.
Suspiró en voz alta, como si estuviera discutiendo asuntos importantes con un imbécil.
—Estamos casados y definitivamente podemos ir a la cama. Tú fuiste quien hizo berrinche y se fue de casa como una adolescente mimada. —Sacudió la cabeza—. Mi abuelo dijo que te di demasiada libertad.
La furia la quemó como una marca de hierro y ella lo empujó con fuerza, haciéndolo caer de encima de ella.
—¡Eres un cretino insensible! Tu abuelo es un arrogante pomposo que trata a tu abuela como una ciudadana de segunda clase. ¡Tu propio padre lo dice! ¿Y sabes qué? Eres igual que él. Te ves igual que él y actúas como él, y bien podrías ser su doble porque eres una excusa patética de esposo, al igual que él.