Capítulo 2: El filo entre el anhelo y la realidad

2977 Words
La sangre se me baja al suelo, y mi respiración se corta… Es él en verdad. Al fin puedo verlo en persona, tan tangible que siento mi cuerpo congelarse ante el golpe de la realidad. La seguridad de que sí existe, de que al fin deja de ser sólo un sueño, un grupo de imágenes efímeras volando en mi mente, en mi imaginación… Ahora está frente a mí, con sus esferas verdes observándome a unos cuantos metros de distancia. Con esa sonrisa tan dulce y cálida, que tantas veces vi en las noches de estos cuatro años… Pero mi cerebro se queda en blanco, y el miedo de que todo se desmorone frente a mis ojos como en las horrendas pesadillas que suelo tener, me invade sacando un instinto muy básico que nubla mi voluntad: huir de aquí. Y hacerme la distraída puede salvarme esta vez. Con toda la fuerza de voluntad que logro juntar me doy vuelta de nuevo hacia el casillero abriéndolo con una mano temblorosa. Cuando el pestillo cede, meto mi cabeza dentro, simulando buscar algo. —Uhm… ¿Ellie? —pregunta un Andy confundido. —¿En serio esta es tu manera de evadir las cosas, amiga? —Sí, Sara —farfullo como puedo, con un nudo en mi garganta. —Sal de ahí —exige ella, empujándome un poco del hombro, con actitud decidida. —No, Sara —no siento que el aire que respiro llegue a mis pulmones, y el asfixiante pánico hace que quiera gritar y llorar. —No creo que tenga valor, déjala, se acobardó —se mofa Andy con su voz de apostar, pero esta vez no es cobardía, es aún peor. —Uh, ¡Ellie cobarde! —canturrea la peli negra, intentando revolverme el cabello y hacerme cosquillas en los costados, pero no siento nada, estoy paralizada. —Les partiré un libro en la cabeza a los dos si no se callan —les advierto con la voz quebrada, ya sintiendo el típico picor en mis ojos color avellana. —Oye Ellie, creo que enserio tienes que ver esto —la voz preocupada de Sara hace que eche un vistazo por instinto de curiosidad, volteándome lo justo y necesario para ver la escena en el pasillo. El grupito de Daphne, quienes son las de mayor nivel económico dentro del Instituto, y las típicas chicas populares, están rodeando a Alessander… La vívida imagen de siete buitres tras su presa, una presa acorralada contra los casilleros a unos cuatro metros del mío. Las sonrisas empalagosas y el actuar de Daphne no deja duda de que quiere tener el nuevo trofeo, porque así es como siempre ven a los chicos, como objetos que cambian cuando quieren. Y él no parece siquiera notarlas. Sus ojos pasan de las chicas a su alrededor, fijos en mí, y conectándose con los míos en cuanto lo observo. Una sonrisa de lado surca sus labios, y sus ojos destellan con un brillo peculiar… Me quedo estática, pasmada ante ese mismo sentimiento extraño en mi pecho, junto con la inmensa necesidad de correr hacia sus brazos y refugiarme en su cuello, como tanto imaginé romantizando un encuentro épico con el chico de mis sueños. ‹‹Tan idéntico…›› Hasta que, sin saber cómo, tomo coraje y le devuelvo la sonrisa. —Vaya que te está mirando —comenta risueña Sara. —Y vaya que es igual a tus dibujos, pequeña paliducha —me codea Andy—. Es increíble. Vemos como habla rápido con las chicas que lo abruman con preguntas y empieza a tratar de caminar hacia nosotros. Y justo el bendito timbre suena. ¡Salvada por la campaña! Como dice el dicho… —Soldado que huye, sirve para otra guerra —tartamudeo fingiendo una sonrisa, mientras que dentro estoy muerta de nervios junto con el pánico que se apodera de mi cordura, y ajustando mi mochila al hombro y abrazando mis libros, me preparo para huir—. ¡Adiós! —grito corriendo al salón de clase. Mis amigos se me quedan mirando mal, pero prefiero eso, antes que afrontar la realidad y mi propia vergüenza de actuar como idiota frente a Alessander. La niña dentro de mí aún no cree que esto sea real, más porque mi lado más coherente siempre ha creído que era un problema con mi cabeza, sin dar la posibilidad de que este chico sea real, de carne y hueso como yo. El salón de matemáticas es un caos, el grupito de nerds adelante son los únicos sentados. Vuelan bolitas de papel por todos lados, y los gritos de los grupos del fondo peleando no paran. Me siento y acomodo todo en mi asiento habitual bajo la mirada de una enfadada Sara, que es mi compañera de banco y de distracción en esta clase. Intento concentrarme en ordenar minuciosamente los libros y fotocopias, enfocando mi atención en mi banco y tratando de contar hasta tres en cada respiración para normalizar mi pánico. —¿Tengo algo en la cara? —le pregunto inocente, ya habiendo recuperado mi cordura. —Si, inmadurez —dice señalándome toda la cara con su dedo acusador. —No es para tanto, si quiere hablarnos que espere al recreo —intento simular que leo el cuadernillo de actividades de la materia, pero mi amiga coloca una mano en la página, carraspeando sarcásticamente. —¿Resentida por los cuatro años de espera, princesa? —mofa agitando sus dedos delante de mi cara, y luego saca sus libros de la mochila. —No, simple cobardía —me encojo de hombros, vagando la mirada sin punto fijo por el salón de clases. Hace tiempo hemos hablado sobre esto, sobre qué pasaría si él fuese real, si se presentara un día y tuviera que afrontar todas estas emociones juntas. Pero siempre fue sólo eso, un “qué pasaría si…” que quedaba en la imaginación. No se sentía real hablarlo antes, y no se siente real vivirlo ahora. —Buenos días clase —el profesor Scott entra y el salón se vuelve paz, todos se sientan guardando silencio—. Espero que hayan terminado las actividades que les dejé la semana pasada. Las repasaremos al final de clase, ahora abran los libros en la página sesentaiocho para seguir con el próximo tema. Y así transcurre la clase, con mi mente divagando, distraída en recuerdos. No voy a mentir, ver a Alessander no me trajo la reacción que esperaba a los doce años, cuando pensaba que todo era color de rosa. El ardor en el pecho sigue latente, y el saber que él no me conoce, pero yo a él sí, y que pasé cuatro años esperando conocerlo… Hace que me sienta dolida. Y humillada por mi propia estupidez. ¿Cómo podría pretender que él me conociera? Que me haya sonreído seguro fue coincidencia, o quizá sea el típico mujeriego rey de preparatoria. Más seguro con todas las chicas que se le acercaron… —Oye, Ellie —me codea Sara con cara preocupada—. Parece que vas a asesinar a medio salón. ¿Qué te pasa? —Nada, sólo… —¿Celosa por lo del pasillo? —se burla moviendo las cejas de arriba abajo. —Claro que no. Yo no soy celosa —le saco la lengua juguetona. —Claro, y yo soy… Tu padre —dice dramatizando a Darth Vader, intentando sacarme una sonrisa. —Que chistosita —y cuando estoy por replicarle algo, un fuerte carraspeo nos hace callar de inmediato. —Señorita Cooper —la voz gruesa del profesor retumba en el salón—. ¿Podría decirnos el resultado de la ecuación? —pregunta señalando la pizarra. —Yo… —la cara de mi amiga es un poema, y yo trato de contener una carcajada para no ligar un reto también. —La próxima vez espero que preste atención en mi clase, señorita Cooper. También va para usted, señorita Carduccio. Cuando el profesor se da la vuelta y sigue anotando ecuaciones en la pizarra, nos miramos y reímos bajito. Alguna que otra vez hemos ido a parar a la sala del director por molestar en clase, más cuando nos tocaba alguna materia en donde los tres estuviésemos juntos. —Mejor hagamos las actividades antes que nos manden a detención —le digo y nos ponemos a trabajar en eso. —Pero… Ellie —volteo a verla, y su rostro ya demuestra la preocupación que ha querido ocultar desde lo ocurrido en la biblioteca— Todo estará bien. ¿De acuerdo? Sólo me limito a asentir levemente con una sonrisa forzada, aún no logro controlar siquiera el temblor de mis manos. Resulta que es mucho más difícil de lo que alguna vez imaginé, quizá por confiar en que era tan solo un invento de mi imaginación, como los niños con sus amigos imaginarios, pero el hecho de que ahora sea real, el tener que afrontarlo cara a cara, yo… Hace que me sienta débil. El resto de la clase termina rápido, y antes de darme cuenta el timbre vuelve a sonar. Todos salen corriendo en manada del salón con sus mochilas a medio cerrar, mientras que yo, con toda la tranquilidad y paciencia del mundo, guardo mis cosas a cámara lenta. —¿Estás de broma, Elleonor? —mi amiga me mira acusadora. —¿Qué? —sonrío inocente poniendo ojos de cachorro, pero ella niega con la cabeza lentamente apretando en una fina línea sus labios rosa pálido. —Por tu culpa voy a perder los primeros lugares en la cafetería —se queja y golpea el piso con el pie. —Pues vete sola… —Claro, y dejar que huyas —blanquea los ojos y gruñe frustrada, acercándose a paso apresurado hasta mi banco. —Es una buena opción —me encojo de hombros distraída. —Ya basta —me arrebata la mochila y guarda todo de prisa para luego levantarme de la silla y arrastrarme al pasillo. —De acuerdo, puedo ir sola —me quejo ya algo enfadada, y me suelta con expresión seria. —¿Cuál es tu problema? —pregunta bufando. El silencio se asienta por unos largos segundos, y la opresión en mi pecho se hace más densa, cortándome la respiración. —No quiero salir lastimada de esto. Ya pasé cuatro años, y lo había olvidado —miro al piso y suspiro, siento la angustia salir de mis pulmones junto al aire, y cuento hasta tres antes de volver a inhalar—. Quizá podría haberlo olvidado, para no tener miedo ahora al rechazo. —Oye, mírame —levanta suavemente mi barbilla con su mano derecha, sus ojos transmiten comprensión, y una parte de mí se alegra por el apoyo emocional que ella me da, es como mi bastón personal en los momentos complicados de mi vida—. Dale una oportunidad, quizás y te llevas una sorpresa —sonríe sincera, contagiándome tranquilidad. Y me encuentro sonriendo con ella, con más ánimos. ‹‹Bien, que comience el show››, pienso sarcástica en mi mente, intentando juntar todo el valor que puedo. Ya es hora de verlo a la cara y hablar con él, al menos presentarme como es debido. Quizás lo conozca por mis sueños, pero realmente no lo conozco, no sé nada sobre él, qué le gusta, quién es en verdad, de dónde viene. Esta es una buena oportunidad de hacer las cosas bien, de empezar de cero con él en la vida real, sin romantizar escenas imaginarias ni tener ese amor platónico que termina siendo tóxico para quien lo carga durante años. Nos encaminamos a la cafetería que ya está casi repleta de estudiantes enérgicos y hambrientos. A unos metros vemos a Andy, quien está hablando con sus amigos en la entrada. —¡Oigan chicas! Richard dice de ir a bailar a Moonlight hoy. ¿Vienen? —Claro, iremos —contesta Sara por mí y me mira— ¿Te quedas en mi casa? —Sí, ya les había avisado a mi madre y mi tía que hoy saldría con ustedes, iba a decirles de ir a comer, pero esto es una mejor idea —amo salir de noche, y pasar un buen rato bailando va a distraerme de todo este lío mental y emocional. —Bien, vamos a hacer la fila —Sara me lleva del brazo hasta donde termina la fila de estudiantes esperando para servirse el almuerzo. —¿Vas a aprovechar para acercarte a Luke hoy? —le pregunto con una sonrisa pícara. Recuerdo cuando lo vio por primera vez el año pasado aquí en la cafetería, Luke era un chico que de niño vivía aquí, en Cashmere con su familia, pero al morir su padre y quedarse solo, su hermano mayor se lo llevó a Chicago donde vive con su esposa. Al cumplir los dieciséis lo dejaron volver y vivir con su mejor amigo Richard. Fue entonces cuando Sara se enamoró de él al verlo otra vez. —Y por eso te voy a pedir consejo para elegir qué ponerme —exclama bajito, muy emocionada y me abraza—. Estoy nerviosa, quiero estar hermosa y sexy para que me vea y babee por mí —suspira ensoñada, proyectando imaginariamente cómo será su momento épico de hoy. —Tranquila, que apuesto a que Andy también nos ayudará a que puedas hablar y estar cerca de Luke. Cuando es nuestro turno en la fila nos sirven el menú del día: pollo con ensalada césar. En esta escuela sirven buena comida, aunque todos los años se quejan para que cambien los menús. Al menos puedo tomar gaseosa, y mi amiga sus típicos jugos frutales. —No puedo creer que aún no hayan añadido hamburguesas al menú. —Y yo no puedo creer todavía que nunca engordas con lo mal que comes— me codea y nos reímos, siempre me ha bromeado con todo lo que como, porque es cierto, hasta mi madre y mi tía dicen que tengo el apetito de un joven deportista—. Ayer que cenamos en tu casa pediste mucha comida chatarra, ¡y sigues delgada! —Es un don —mofó como respuesta. Ella de niña era algo rellenita, y recuerdo que los demás niños no eran agradables con ella—. Y con lo que comes me impresiona que aún no aceptes que eres vegetariana. —Oye, que sabes no me gustan las etiquetas —me pellizca la mejilla ofendida —. Y ser vegetariana no se basa solo en ensaladas, hay un mundo de comidas riquísimas y variedades, además de que es un estilo de vida y no un plan alimenticio. —¿Y por qué no pruebas otra cosa? Ya que vives a dieta estando delgada, no necesitas eso, eres hermosa por dentro y por fuera. —Lo sé —se queja sentándose desganada en la mesa que conseguimos casi en el fondo de la cafetería—. El problema es que pensar en preparar otra cosa me da una pereza brutal. Y más si tengo que cocinar, siempre termino quemando la comida. —Cierto —logro decirle entre carcajadas—. Pobre tu madre que siempre le dejas las ollas y los sartenes quemados. —Deja de burlarte de mí y come —se ríe tirándome un pedacito de tomate en la cara. —Chicas —se sienta Andy con nosotras—. Adivinen a quién invitó Richard para que venga hoy a Moonlight —dice subiendo y bajando las cejas pícaramente. Ambas nos miramos. No sé qué cara tengo, pero se me baja el alma al piso con pensar que se refiere a… —¡Alessander! —chilla Sara contenta. —Exacto —Andy me mira sonriente, pero se le borra al instante preocupado—. Aunque no creo que por “mundo Ellie” haya caído bien la noticia. —Oye, déjala. Seguro se le pasa el espanto, si hasta puede aprovechar a ponerse linda para él —ella me guiña el ojo, pero sigo estática procesando que tendré que verlo también fuera del Instituto. —Puede ser… —susurro y miro mi pechuga de pollo casi terminada. ‹‹Ya se me fue el hambre››. —Mira Ellie, ahí viene Alessander —avisa Andy por lo bajo, pero en mi cabeza esa información resuena como una alarma encendida. Giro un poco la cabeza y él está mirándome con una radiante sonrisa, caminando hacia nuestra mesa. Puedo apreciar su remera negra marcando su buen físico, y su cabello n***o un poco desordenado, con mechones cayendo en su frente. Acercándose cada vez más… —Ellie, deja de mirarlo así, que cuando llegue aquí lo vas a espantar —me patea Sara por debajo de la mesa, y brinco sobresaltada. El corazón me retumba en la garganta, y mis manos comienzan a sudar y a temblar. Al instante me siento más derecha carraspeando, y mirando mi refresco como si fuese lo más interesante del mundo. —Hola chicos —saluda con voz gruesa y un marcado acento italiano al llegar a nuestra mesa— Soy Alessander Di Lorenzo. —Hola, soy Andrew Morgan, pero me dicen Andy —le estrecha la mano con una sonrisa amistosa, y señala con la barbilla a mi amiga— ella es Sara Cooper. —¡Hola! —le estrecha la mano efusivamente—. Bienvenido al High School de Cashmere. —Gracias por la bienvenida, chicos —dice sonriendo de lado y buscando con sus ojos que le devuelva la mirada, mientras yo no dejo de simular leer la etiqueta del refresco. —Y ella es… —continúa Andy por mí, pero Alessander lo interrumpe. —Elleonor Carduccio —alzo rápidamente la mirada, sin creer que ya sepa de mí—. Mi padre me dijo que te buscara.
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