Capítulo 2

1683 Words
Estudio literatura española, séptimo semestre. Me gusta mucho el tema de la psicología de personajes, donde el profesor explica que debes construir a un ser ficticio con sentimientos y emociones reales; te toca pensar en ese personaje como alguien real para poder entenderlo. Por eso me he adentrado mucho en el tema de la psicología para entender cómo funciona la mente humana y poder crear personajes reales. Es tan curioso ver que hay personas que se muestran aparentemente buenas, cuando realmente por dentro traen una oscuridad que puede consumirlo todo. Pero, dentro de la psicología existen señales, las cuales, si conoces de expresión corporal, sabrás notarlas. El problema radica cuando la víctima no quiere ver las señales, porque le encanta tanto el brillo del fuego que está consumiendo su alrededor y el ardor en la piel le excita. Dicen que atraemos lo que creemos merecer. Tal vez yo quería tener en mi vida a una fiera que me apresara, me encendiera en fuego para hacerme arder por completo. . . . Conocí a Sam de la forma más casual posible. Iba rumbo a clases, esperaba como todas las mañanas en el paradero de bus a que pasara mi ruta. Llevaba diez minutos sola en aquella parada de bus, cuando un joven alto, cabello n***o liso, piel bronceada y de ojos color miel, se sentó a mi lado. Llevaba en su espalda un bolso gris y en sus manos sostenía un libro llamado “Siega”. El problema de las personas que nos gusta leer es que, cuando vemos a otra sosteniendo un libro lo catalogamos enseguida como alguien interesante. Noté que llevaba zapatos clásicos, totalmente pulcros, lo cual me informaba que se preocupaba mucho de su apariencia. Quería que mis ojos dejaran de rodar hacia mi izquierda, donde se encontraba el joven, pero no podía. Al ser una persona un poco impulsiva, tiendo a no contenerme cuando quiero algo. Volteé a verlo, noté su camisa azul de tela clásica remangada hasta los codos y mi nariz fue invadida por su perfume masculino. No sé si esto le dio un factor agregado, pero me pareció sumamente guapo. “Dios mío, ¿cómo puede existir tanta belleza?” Pensé. Él volteó a verme y nuestras miradas se encontraron, desplegó una ligera sonrisa ladeada. El que me sostuviera la mirada me hizo cohibir y volteé al frente, sintiendo el rubor subir a mis mejillas. Había evidenciado que tenía una mirada profunda, penetrante. Bajé la mirada hasta el libro que sostenían sus manos “Siega”, volví a leer el título. La portada traía la silueta de lo que parecía ser la muerte con su característica capa, con aquella guadaña que siempre sostiene. —Eh… ¿de qué trata el libro? —pregunté, ya me tocaba hacerlo, de lo contrario quedaría como una rara que mira fijamente. —Es una distopía —respondió. Tenía un tono de voz grueso, que ameritaba atención y me informaba que debía ser mucho mayor que yo; bueno, su apariencia me daba a entender que debía rondar los veintiséis años, aunque su voz informaba que más, tal vez por la experiencia. Intenté mirarlo cuando sentí unos ojos escrutarme. Acomodé los lentes grandes que siempre uso e intenté mostrarme relajada. —Y… ¿de qué es? —volví a preguntar. —Sobre una humanidad que es inmortal y se necesitan personas que asesinen para que no haya sobrepoblación —informó. No pude retener un oh… por aquella narración tan concreta y a la vez tan oscura. Su mirada se entornó; tenía unas cejas pobladas, arqueadas de una forma bastante sexy y sus pestañas. ¡Dios, sus pestañas! Eran tupidas, hacían un arco perfecto y le daban esa profundidad que me derretía como chocolate. “¿Cómo puede ser tan perfecto?” Pensé. En ese momento me di cuenta de que estábamos sentados bastante cerca, así que, cuando nos mirábamos fijamente no había mucho espacio personal entre nuestros rostros, lo que me hacía querer alejarme para tener más privacidad. Estar tan cerca me hacía sentir insegura, pensar que, si hablaba, tal vez podría tener mal aliento (aunque me había aseado antes de salir) o escupirle al rostro de forma accidental. Pero él se veía tan relajado, mirándome tan fijamente, no tenía reparos para inspeccionar cada centímetro de mi rostro. —¿Cómo te llamas? —me preguntó muy cerca del rostro, casi como si disfrutara de mi incremento de timidez y desplegaba una sonrisa torcida. —Aile —respondí, después tragué en seco y retrocedí con mi cabeza en un movimiento involuntario. —Aile —probó en sus labios—, es un nombre bonito y delicado, como tú. El rubor cubrió todo mi rostro y volví la mirada al frente sin poder creer que ahora estaba coqueteando conmigo. ¿A poco era un gavilán o era porque no tenía novia? —Me llamo Samuel, pero todos me dicen Sam —dijo, aunque yo no le había preguntado—. ¿Eres estudiante? Disimuladamente hice un poco de espacio entre los dos y así sentirme un poco más tranquila. Volteé a verlo con rostro de pregunta. Él señaló con una mano el gafete que colgaba en mi cuello, el cual tenía mi identificación de estudiante, donde le oculté con una estampita rosa mi foto porque había salido horrible; solo usaba el carnet estudiantil para pasar en la entrada por los torniquetes. —Ah… sí, estudio literatura —respondí. —Es una carrera muy interesante —comentó—. ¿Me regalas tu número? Mis ojos se abrieron con sorpresa al ver que no se andaba con rodeos. Eché un mechón de cabello detrás de una de mis orejas y medité en la proposición. Una parte de mí me decía que iba muy rápido, pero otra me explicaba que era normal porque si no lo hacía, seguramente nunca más volveríamos a vernos. —Ah… bien… —acepté. Él sacó del uno de los bolsillos del pantalón su celular y yo procedí a dictarle mi número de celular. Después, escuché en mi bolso que estaba sonando mi teléfono. —Es para que guardes mi número y también sesionarme que no me hayas dado un número inventado —dijo con una leve sonrisa. Quise hablar, pero decidí hacer silencio; era un hombre muy astuto, una especie animal que no podía engañarse con facilidad. En ese momento vi que mi ruta se acercaba por la carretera. Me levanté de la banca metálica y lo vi por última vez. —Te llamaré cuando salga del trabajo —me informó—. ¿Estás libre esta noche? —Ah… creo que sí —respondí. El bus se detuvo en la parada y me subí, después, maldije por haber dicho lo último, sentí que soné ridícula. En todo el transcurso que demoré en llegar a la universidad no dejé de pensar en lo que me acababa de suceder. También guardé su número y lo busqué en w******p, donde su foto de perfil aparecía con unos lentes de marco n***o que se le veían bastante bien, posaba casi a perfil, como si le hubieran tomado la foto desprevenido; era una foto profesional, era evidente, lo cual le sumaba muchos puntos a su favor. —Sam —probé en mis labios mientras veía su foto de perfil.   . . . —¿Y te escribió? —preguntó Gabriela después de contarle lo que me había pasado en la parada de bus. —Ah, no, pero dijo que me llamaría —expliqué. Estábamos esperando a que comenzara la clase en el salón tipo auditorio. Gabriela y yo nos hicimos amigas desde el primer semestre, fue algo natural, las dos necesitábamos una compañera que fuera competente con quien hacer los trabajos en grupo. Gabriela analizó la situación y echó un mechón de su cabello rizado n***o atrás, aunque, toda esa melena de cabello churcado parecía tener vida propia. —No creo que te llame —dijo—, algo me dice que es ese tipo de hombre que le cae a todas. Le había mostrado su foto de perfil y por un momento me preguntó si era una foto original, si no era otra persona. Tuve que recordarle que ya lo había visto en persona y que sí, era el mismo. —Y es alto, acuerpado, creo que hace ejercicio, porque sus brazos tienen bastante músculo —le dije cuando le mostré la foto. Gabriela conocía todo mi historial de hombres idiotas que me había tocado conocer, así que ahora decía que me cuidaría para que no se me acercara uno más a hacerme perder el tiempo. —¿Tú crees? —le pregunté desilusionada cuando me dijo que no creía que me iba a llamar—. Bueno, debemos esperar, ¿qué tal y sí lo haga? Me preguntó qué iba a hacer esta noche. —Querida, si te llama, algo me asegura que será para acostarse contigo —fanfarroneó Gabriela—. Conozco ese tipo de hombre que hablan así, se creen tan seguros de sí mismos solo porque son guapos. Solté un suspiro lleno de decepción. Sam me había gustado bastante, era perfecto para mí. Pero ya me conocía la historia cuando alguien sí me gustaba de verdad: nuca era correspondida. No quería tener un segundo Devon en mi vida, estaba cansada de esa historia. Así que, cuando vimos al profesor entrar al salón, dimos por muerta la conversación y decidí concentrarme en las clases.  Así el día transcurrió como de costumbre, sucumbida a toda una rutina entre clases, realización de talleres, conversación entre compañeros y nada del otro mundo. Hasta que volví a mi casa, totalmente segura de que Sam no me iba a hablar, que seguramente fue un encuentro de esos inusuales que se logra tener muy pocas veces en la vida. Cuando me encontraba frente al escritorio, con el cabello ondulado hecho un globo para poder estar más cómoda y realizar los trabajos pendientes, el celular sonó. “Samuel (Sam)” así lo había registrado y era el nombre que aparecía en la pantalla de mi celular. 

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