Cuando abrí los ojos, la claridad envolvía el día. Me estiré complacida de estar en esa cama que aún nos veía de espaldas uno al otro. Nos acostumbramos tanto a esa posición de dormir que, cuando dejamos de estar amarrados al otro, la volvimos a adoptar. Me estiré y me abracé a la fuerte espalda de Alex. Besé su nuca y estiré mi cuello para acercar mi boca a su oreja, entonces dije lo que desde hacía meses debía haber dicho. —Buenos días, mi amor —dije. Alex se movió girando su cuerpo para quedar frente a frente conmigo. —Buenos días, amor mío —respondió con los ojos aún cerrados, y una sonrisa aflojeradamente hermosa en el rostro, entonces nos besamos—. ¿Qué hora es? —preguntó en un murmullo que más pareció un gruñido. —Pasa poco de las ocho treinta —informé mirando el reloj a su

