Parte 1: Capítulo 1

3315 Words
Después de casi tres meses lejos de lo que ella aún consideraba su hogar, Ana regresaba motivada por los rumores que le llegaron para alertarla de que algo realmente malo estaba sucediendo con su hijo. Cuando partió hacia su natal Mendoza, en Argentina, lo hizo por dos motivos: decirle adiós a la mujer que cuidó de ella durante los años que vivió en un centro de acogida para menores y alejarse de su esposo, quien le pidió tiempo para estar separados, ya que las cosas en su matrimonio no iban muy bien y él precisaba de tener un espacio y tiempo libre de ella para tomar una decisión que podría afectar la vida a la que Ana se había acostumbrado. Como llegó sin avisar su regreso, nadie fue a recibirla al aeropuerto. Lo bueno es que Tokio es una ciudad muy segura, por lo que no hubo mayor problema en tomar un taxi y pedir que la trasladara hacia la Mansión Furukawa. Ana estaba casada con Ichiro Furukawa, un multimillonario japonés con negocios en diferentes rubros, entre ellos el de lugares nocturnos de esparcimiento, medios de comunicación y centros comerciales. Cuando el agente de seguridad destacado en el portón principal de ingreso la vio sonreírle, como siempre lo ha hecho desde que llegó a vivir a esa propiedad, Ana pudo ver la sorpresa en su rostro mezclada con el miedo y la tristeza. Eso ella no se lo esperaba, menos que el hombre titubeara si hacía bien en dejarla pasar o no cuando ella era la señora de ese lugar. Los agentes de seguridad apostados en la puerta principal tenían el mismo semblante que el hombre asignado en el portón. Con una sonrisa los saludó y ellos respondieron muy nerviosos. Ella les pidió que le ayudaran bajando la maleta del taxi, lo cual hicieron para luego abrirle la puerta. El «lo siento, Ana san» de uno de ellos, el más joven, le hizo entender que algo había sucedido en esa mansión mientras no se encontraba. Al ingresar fue recibida por la ama de llaves que se acercaba apurada hacia ella; la mujer también lucía nerviosa. Después de saludarla, Ana iba a preguntar sobre por qué sentía que todos en la propiedad estaban algo alterados, cuando escuchó las carcajadas de unas mujeres llegando desde la terraza en el jardín posterior. Ana se acercaba sin ser vista por quienes estaban dirigiéndose hacia la piscina y visualizó a dos mujeres que parecían ser familia porque sus rasgos faciales y físicos eran muy similares, solo que una era mayor que la otra. Los trajes de baño que vestían le dieron mucho que pensar, ya que mostraban de más y lucían vulgares, siendo no apropiados para unas damas que ella suponía eran de la alta sociedad japonesa, o así lo creyó basándose en la experiencia que tenía sobre los gustos de las mujeres de ese país por las veces que fue duramente criticada por su vestimenta al desconocer lo que la costumbre marcaba en esas latitudes del planeta. Miró a la ama de llaves y sintió la pena en esa mujer que andaba por sus cincuentas. Ana le pidió que le dijera lo que estaba ocurriendo, y ella le contó que esas dos mujeres llegaron a vivir a la mansión dos días después de su partida. Ana no necesitó escuchar más para saber que esas dos eran la amante de su esposo y la novia de su hijo, las protagonistas de los rumores que le llegaron por los mensajes y llamadas que le hicieran algunas de las esposas de los socios de Ichiro, que no eran sus amigas, pero les gustaba el chisme. Preguntó por el señor y por su hijo, ambos estaban en el estudio encerrados ya un par de horas tratando un tema delicado, por lo que pidieron no ser interrumpidos. Ana siempre fue una mujer muy pacífica, de esas que no gustan de confrontar a la gente ni elevar la voz, pero también era una mujer que le gustaba vivir en paz y saber la verdad por más dura que fuera, así que sin dudarlo caminó hacia el estudio de su esposo y sin golpear para pedir permiso para entrar, abrió la puerta e ingresó a ese ambiente de la mansión. Ambos hombres se sorprendieron al verla ahí en ese momento, ya que no esperaban que regresara al estar seguros que no había recibido alguna comunicación de Ichiro de que así podía hacerlo. -¿Qué haces aquí, Ana? –preguntó Ichiro con un notorio rostro de disgusto. -No he venido por ti, Ichiro, así que puedes continuar como estés llevando tu vida. Estoy aquí por Taro –dijo Ana mostrando un semblante serio, pero relajado, con una voz segura, mas no agresiva. Ella sabía que su presencia no era grata ni oportuna para Ichiro, pero la desconcertó un poco ver en la expresión del rostro de su hijo que sentía lo mismo-. Taro, hijo, estoy aquí porque necesito hablar contigo de un tema sumamente importante –cuando se dirigió a su hijo, Ana lo hizo con mucha ternura, como si le hablara a un pequeño niño, pero Taro ya tenía dieciocho años. Aún no era un mayor de edad para la sociedad japonesa, ya que debía cumplir veinte años para serlo, pero tampoco era un niño pequeño, por lo que al joven no le agradó la forma en que su madre se dirigió a él y la miró con desprecio. Ante el silencio en que permanecía Taro, Ichiro decidió continuar con la conversación. -Bueno, como mi hijo no quiere hablar contigo y considerando que te tomaste la molestia de viajar por tantas horas para llegar, voy a ser yo quien hable, así no has perdido tu tiempo dentro de un avión por la puras –lo último lo dijo con menosprecio, como si viajar en un vuelo comercial quitara valor a Ana. Ichiro quería dañar a su esposa y ella no entendía qué hizo para que él se comportara así con ella desde hace algunos meses atrás-. Ya he tomado una decisión sobre la situación entre nosotros. Quiero el divorcio, Ana. -¿Por qué quieres terminar con un matrimonio que tú mismo propusiste dieciocho años atrás? –Ana se esforzaba en mantenerse calmada. Si bien es cierto que Ichiro no era el gran amor de su vida, ya había pasado tantos años a su lado que llegó a apreciarlo y acostumbrarse a él, y que ahora quisiera acabar con la relación forjada entre ellos la tomó por sorpresa, hiriéndola levemente. -Porque me harté de ti. Quiero una mujer que sea fuego en mi cama y que su piel sea más suave y tersa que la tuya. Además de mojigata, ya estás vieja y merezco tener una amante joven, bella, experimentada, y no una sosa y desgastada como tú –nunca esperó que Ichiro le insultara de esa manera, ya que era la primera vez que él usaba un vocabulario tan agresivo contra ella. A Ana le dolieron sus palabras. Ella había sido la madre de Taro, de ese pequeño a quien no parió, pero que amó desde el primer día en que lo tuvo entre sus brazos, y creía que, aunque sea por ese detalle él la trataría mejor, pero se equivocó. Ana no le respondió a Ichiro, quien la miraba con una sonrisa burlona en sus labios, más bien se dirigió a Taro, ya que era quien en verdad le importaba. -Taro, hijo, ¿podemos hablar? Necesito tratar contigo un tema que es delicado. ¿Vamos a tu habitación para conversar? –con ese mismo tono de voz tierno y dulce que había utilizado Ana al principio para dirigirse a su hijo, volvió a pedirle a Taro tiempo para hablar. -Yo no tengo nada que hablar contigo –la molestia en la voz del joven y su gesto despectivo le dolieron a Ana. Él nunca se había portado así con ella, siempre había sido atento y amoroso con su madre. Ana no entendía lo que estaba ocurriendo con su hijo. -Taro, no sé qué te está pasando, te desconozco, tú no eres así –señaló Ana haciendo un esfuerzo por no quebrarse, ya que la actitud de Taro le dolía más que el pedido de divorcio y los argumentos que Ichiro utilizó para justificar sus motivos. -No me pasa nada, estoy mejor que nunca, son ideas tuyas –soltó el joven mostrando su fastidio contra Ana. -Has cambiado. Es por esa mujer, ¿estoy en lo correcto? Por eso ya no has buscado a Yumi, has dejado de cortejarla porque te has enredado con esa mujer –Ana apretaba sus manos porque sentía cómo la ira comenzaba a invadirla al relacionar el comportamiento de Taro con la mala influencia que esa mujer debía ser para él. -Yumi es una aburrida, como tú –Ana no podía creer lo que escuchaba salir de la boca de su hijo. Ichiro reía a carcajadas por el insulto que acababa de soltar su hijo-. ¿Qué querías, que espere a la santa de Yumi hasta que se decida a tener algo conmigo? No estoy para perder mi tiempo con santurronas –Ana sentía que en cualquier momento rompería en llanto, pero se controló para intentar exponer sus ideas y que su hijo entre en razón. -¿Por eso te has metido con una mujer mayor? Qué más te puede dar aparte de la experiencia indigna que debió haber ganado Dios sabe cómo –Taro miró con odio a Ana e Ichiro lo hizo divertido, esperando su reacción, ya que le daba mucha curiosidad saber cómo iba a terminar esa discusión entre esos dos. -No te atrevas a hablar mal de Azumi –Ana notó que los ojos de su hijo estaban inusualmente rojos y podía sentir ira emanando de él-. ¿Por qué no podría estar con una mujer mayor? Eso no tiene nada de malo. -¡Esa mujer te lleva veinticuatro años, Taro! No es apropiada para ti –Ana trataba de sonar fuerte y decidida, pero el amor por el hijo le ganaba y terminaba expresándose con un tono de súplica. -¿Y quién lo dice? ¿La misma sociedad que siempre ha visto mal el matrimonio que tienes con mi padre solo porque eres extranjera? Siempre va a haber algo que hagamos mal y que ellos puedan criticar por más que nos esforcemos en ser mejores –Taro alzaba la voz y retumbaba en la habitación, con un eco que lo hacía sonar imponente. -Más allá de lo que diga la sociedad eres apenas un joven de dieciocho años que no sabe nada de la vida, mientras que ella es una mujer de cuarenta y dos años, con tanta experiencia que no te va a dejar crecer sanamente, ya que va a hacer que quemes etapas de tu vida muy rápido, cuando las tienes que gozar para poder adquirir tu propia experiencia. Quizás algunas ni las llegues a vivir por intentar seguirle el paso, y eso no es lo que quiero para ti, hijo –todo lo que decía Ana lo hacía con suma sinceridad, ya que ella amaba a Taro como una madre. -¿Qué me quieres decir? ¿Qué no soy suficientemente hombre para Azumi? –Taro se acercaba a Ana con un semblante que mostraba furia, con los puños apretados. Ella no tenía miedo porque creía firmemente que su hijo jamás la lastimaría. -Aún eres muy joven y te mereces vivir cada etapa de tu vida al lado de alguien que crezca a la par contigo. Esa mujer no te va a ayudar a crecer, Taro, ¡se va a robar los mejores años de tu vida! Y cuando te des cuenta, puede que sea demasiado tarde. Reacciona hijo, ¡por favor! Hazlo por mí, que soy tu madre –Ana sentía que las lágrimas estaban a punto de inundar su rostro, pero las contuvo al llegar un desagradable asombro a ella tras oír las palabras que Taro le lanzara. -¿Mi madre? ¡Tú no eres mi madre! Yo no soy un asqueroso mestizo, por lo que tú no eres mi madre. Simplemente fuiste la mujer de mi padre que cuidó de mí a cambio de la posición que se te dio por ser su esposa, pero tú no eres mi madre –las frías palabras de Taro dejaron a Ana paralizada-. ¿En verdad crees que voy a hacerte caso? No eres nadie importante, Ana Ibarra. Eres una simple mujer que dejó Argentina y terminó casándose con un multimillonario japonés, que de seguro cuando te conoció papá te estabas muriendo de hambre y él la aplacó. La verdad que te miro y no sé por qué mi padre se fijó en ti pudiendo tomar a cualquier mujer más bella e interesante que tú. -¿Por qué me dices esas cosas tan feas, hijo? –la voz de Ana se escuchaba quebrada y su rostro acumulaba la tristeza que crecía en su corazón. Ichiro sonreía porque su hijo se estaba deshaciendo de esa mujer que ya no le servía más en su vida. -¿Cosas feas? ¡Te estoy diciendo la verdad! Tú no eres mi madre, entiéndelo, Ana Ibarra, no eres mi madre y no te quiero volver a ver ni escuchar en mi vida –Taro temblaba de ira, ya que se notaba que hacía un gran esfuerzo por no tomar a Ana del brazo para sacarla arrastrando de ahí. -Hijo… no, por favor –Ana temblaba por el dolor que las palabras de quien alguna vez fuera un pequeño niño que solo encontraba la paz entre sus brazos le estaban propinando. -Maldita sea, que no soy tu hijo, ¿CÓMO DIABLOS TE HAGO ENTENDER QUE TÚ Y YO NO SOMOS NADA? ¡SAL DE MI VIDA! ¡LARGO! –los gritos de furia de Taro hicieron que algo se rompiera en el interior de Ana. Cerró los ojos para encontrar calma. Estos dejaron de picar por las lágrimas al desvanecerse cada una de ellas que pugnaban por salir a inundarlo todo. Que Taro la tratara así había confirmado lo que le habían comentado sobre su cambio. El chico había comenzado a beber y a fumar, a parar con malas juntas y a exhibirse con esa mujer en todos lados. Ana no podía creer que su dulce niño haya desaparecido en apenas tres meses que fue lo que ella se alejó porque el padre y esposo le pidió tiempo para acomodar sus sentimientos y deseos. «¿O es que acaso siempre fueron así y yo no me di cuenta?», se cuestionó Ana al recordar las palabras crueles que Ichiro le ofreció minutos antes en esa misma habitación, a las cuales se sumaba el desprecio de a quien ella amaba como su hijo. «Dieciocho años de mi vida, mi juventud se la entregué a ellos dos, ¿y ahora me pagan de esta manera? No puede ser que las habilidades de esas dos mujeres en la cama sean lo que me está quitando a mi esposo, a mi hijo, a mi familia, a mi vida misma», reflexionaba Ana con dolor. Aunque siempre se comportó sumisa antes ellos dos, en ese momento se mordió la lengua, se tragó sus lágrimas y con ellas la tristeza que sentía, la decepción que la carcomía, y tomando su bolso empezó a caminar para dejar el estudio, sin decir una palabra más, sin derramar una lágrima, sin demostrar que esos dos hombres la habían partido en dos. Ichiro la miraba serio porque no esperaba que Ana tuviera tanto autocontrol. Él quería verla llorar; quería verla destrozada, como alguna vez se mostró ante él por las noticias nada agradables que recibió sobre aquel hombre que amó en el pasado; quería verla abandonar la Mansión Furukawa siendo arrastrada por los hombres de seguridad porque se negaba a dejar la vida que mantuvo con ellos. Era del agrado del japonés dejar ir sumido en el llanto, con las emociones descontroladas, a aquellos que ya no le servían para sus propósitos porque así las amenazas que soltaba para que no intentaran regresar a su vida hacían mayor efecto, pero con Ana no pudo pronunciar ni una, ya que ella abandonaba la mansión por su propia cuenta y sin demostrar que le dolía dejar la familia, la vida que tuvo los últimos dieciocho años. Tras cruzar el umbral de la puerta del estudio, Ana buscó con la mirada a la ama de llaves. Esta la esperaba cerca de la escalera que llevaba a las habitaciones en el segundo piso de la mansión, ya que temía que algo le hicieran a su señora, como siempre la reconocería. Ana era una persona de nobles sentimientos y siempre fue muy amable con todo el personal de servicio y seguridad, por lo que cada uno de ellos la apreciaban y les dolía que tan buena y hermosa señora fuera tratada así. La ama de llaves le sonrió tímidamente cuando Ana topó su mirada con la de ella y se acercó para que su señora no tuviera que elevar la voz, ya que, si estaba a punto de romper en llanto, no quería que el señor y el joven la oyeran quebrarse. Ana le pidió con un tono frío de voz que le entregue la maleta con la que acababa de llegar. La ama de llaves fue por ella a la cocina. No la había subido a la habitación que la señora compartía con el señor porque ahí ya estaba alojada la joven de veinte años que era la amante de Ichiro, y supuso que su señora no se quedaría en esa mansión por más tiempo. Al entregarle la maleta, la ama de llaves le dice a Ana «lo siento», a lo que esta negó moviendo la cabeza y agregó «no es tu culpa, sino la mía por amar a quien no debía». La ama de llaves acompañaba a Ana hacia la puerta principal de la mansión. En pleno recorrido la señora se detuvo, se quitó los anillos que llevaba en el anular izquierdo y se los entregó a la ama de llaves. «Por favor, dile al señor que le devuelvo sus anillos, ya no los necesito». La ama de llaves asintió con un movimiento de cabeza y siguió caminando a su lado para despedirla. Ichiro y Taro se habían quedado en el estudio. El hijo estaba colérico a tal grado que empezó a romper todo lo que se encontraba a su paso. El padre lo dejó ser, y después de unos segundos se levantó del sofá donde estaba sentado para averiguar qué fue de Ana. Cuando salió hacia el corredor logró ver a quien fuera su esposa por los últimos dieciocho años cruzar la puerta principal de la mansión llevando consigo la maleta que recordaba era de ella y fue con la que viajó tres meses atrás al Argentina. La puerta se cerró detrás de ella y la ama de llaves caminaba triste hacia él. La empleada le dijo que la señora había dejado algo para él. Ichiro quiso regañar a la ama de llaves por llamar a Ana como si siguiera siendo la dueña de todo lo que había ahí, pero se olvidó de hacerlo cuando vio lo que la mujer enfrente de él sostenía en la mano: el anillo de compromiso y la alianza de matrimonio de Ana. Él solo atinó a estirar la mano y recibir ambos objetos. Ichiro se los quedó viendo por unos segundos, sin entender por qué había en él una sensación desagradable, de vacío, en su interior. Las voces chillonas y melosas de las mujeres que estaban en la piscina lo sacaron de ese breve momento en que sintió que echaría de menos a Ana y regresó a ser el mismo egoísta y banal ser que siempre había sido.
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