Capítulo 6

1353 Words
Zara Su profunda voz rusa es inconfundible, pero también resulta completamente absurdo imaginar que él podría estar aquí, en Italia, y menos aún en la pintoresca ciudad de Sciacca. Siento que el estómago se me cae mientras doy unos pasos más hacia adelante. O alguien puso algo en mi bebida, o esa voz es real. Honestamente, preferiría lo primero. Dios, no es posible, pero eso no impide que sea verdad cuando me doy la vuelta. Yulian Bandavok —el único hombre al que he amado y, al mismo tiempo, mi peor pesadilla. Viene directamente hacia mí, vestido con un esmoquin, nada menos, aunque sus gruesos rizos castaños están igual de salvajes y despeinados que siempre. Estoy mareada, a pesar de que solo tomé una copa. Simplemente no tiene sentido. Él no debería estar aquí. Mierda, ni siquiera debería estar libre. Lo encerraron por mucho tiempo. Mucho tiempo. La expresión seria de Yulian se rompe en una sonrisa desinhibida mientras se acerca a mí. Abre los brazos como si fuera a abrazarme, pero lo único que quiero es que se aleje de mí lo antes posible. Esto es una pesadilla literal. —No me digas que no me reconoces, Zara —dice mientras yo doy un paso cauteloso hacia atrás. —¿Qué demonios haces aquí? —pregunto, negando con la cabeza—. No es posible. —¿Qué no es posible? Tú eres la que está en Italia, y pareces estar completamente sola —dice, sonriendo al darse cuenta de que estoy sola. —Vine de vacaciones —respondo—. Y más te vale tener una buena razón para estar aquí, de lo contrario voy a asumir que me estás acosando. —Oh, no te creas tan importante, bomboncito —dice guiñándome un ojo—. Solo estoy aquí porque me desvié del camino. Ya debería estar en Roma. —Donde deberías estar es en prisión —corrijo—. Y no vuelvas a llamarme bomboncito. Levanta la mano. —Guau, tranquila, Zara. Recuerdo que te gustaba ese apodo. —Es denigrante y no, nunca me gustó. —Puedo pensar en varias ocasiones en las que sí —dice, con los ojos brillando al recordar las cosas sucias que hacíamos juntos. Me froto los brazos erizados, intentando calmar la piel para que no lo note. Él sabe cómo presionar mis botones, y aún mejor, sabe cómo excitarme. Ningún hombre debería tener tanto poder sobre una mujer. Simplemente no es justo. —¿Por qué estás aquí? —pregunto, tratando de llegar a la verdad. Sé que le gusta esquivar los temas importantes para evitar la confrontación. —Ya te lo dije —responde, dando un pequeño paso más cerca—. Estoy camino a Roma por negocios. —Me refiero a por qué no estás en la cárcel. —¿Por qué lo estaría? —Yulian, mataste a alguien —digo con incredulidad—. Me sorprende que no te hayan mandado a la silla eléctrica. Él se encoge de hombros. —Es increíble lo que el dinero puede hacer, ¿no crees? O tienes un abogado defensor criminal, o tienes un abogado defensor criminal. Me dieron dos años, pero al parecer, eso fue demasiado tiempo para que tú esperaras. —No sabía cuánto tiempo estarías dentro —respondo—. No quería saberlo. Siento una oleada de culpa, aunque sé que eso es lo que él busca. Quiere hacerme sentir que todo fue culpa mía, pero fue él quien apretó el gatillo. Él es el asesino, y yo soy la inocente. Yulian cruza los brazos, ladeando la cabeza. —Cumplí mi condena, y tú no estuviste cuando salí. Ni siquiera te molestaste en visitarme. —Nunca hablamos de esperar —respondo, negando con la cabeza mientras el estómago se me revuelve. —¿Estabas tan ansiosa por seguir adelante? —pregunta, frunciendo el ceño mientras se inclina hacia mí. Puedo oler su aroma. Es el que me volvía loca tantas noches en la cama. Ni siquiera nos limitábamos a eso. Lo hacíamos donde fuera y cuando fuera. Una vez, incluso me tomó contra la baranda del piso quince, arriesgando mi vida si mis manos se hubieran resbalado de esos tubos metálicos. A ninguno de los dos le importaba en ese entonces, pero a mí sí me importa ahora, aunque él no haya cambiado en absoluto. Tengo algo por lo que vivir… dos niños que él no sabe que son suyos. Otra ola de culpa me invade. Necesito salir de aquí. Volveré directo a Estados Unidos y le diré a Judith que todo esto fue un gran error. Inhalo profundamente, intentando ignorar el aroma embriagador de su sudor y colonia. —No intentaba seguir adelante, pero no tenía opción. ¿Esperabas que me quedara con un asesino? —Sí —responde sin rodeos—. Pero quizás pedí demasiado de ti. Entorno los ojos. —No intentes manipularme, Yulian. No va a funcionar. Se encoge de hombros. —No lo haré. Es justo que quieras seguir con tu vida, aunque yo ya haya limpiado la mía. —Lo dudo —murmuro. Alza las cejas oscuras, inclinando ligeramente la cabeza. —¿Dudas de mí, Zara? —Sí —respondo, pero las palabras se me encogen en la boca. Quería ser más firme. Me imaginaba fuerte si alguna vez volvía a verlo, pero esto fue tan inesperado. El hecho de que lo hayan dejado salir tan pronto de prisión es incomprensible. Yulian es un hombre peligroso, y no quiero ser su próxima víctima. Ya me rompieron el corazón una vez, y nunca sanó del todo. —¿Qué tal si vamos por una copa? —dice Yulian, retrocediendo un poco para no parecer tan amenazante. Niego con la cabeza, presionando los labios porque no puedo hablar. Mi garganta está tan cerrada que incluso respirar es una tarea. —Tomaré eso como un sí —dice, extendiendo el brazo—. Vamos, y hablemos de qué te trajo a Sciacca. Contra mi mejor juicio, tomo su brazo. Enlazo mi codo con el suyo, permitiéndole caminar a mi lado por la calle mientras intento no desmayarme del puro horror de tener que soportar su compañía otra vez. Todas las emociones posibles están girando dentro de mí como una máquina de algodón de azúcar descontrolada. Culpa, emoción, rabia, resentimiento, deseo... no me dejan en paz. —Vine aquí por un viaje de negocios —explica Yulian—. Más o menos ya puse en orden mi vida. Mentiras. Sé que está mintiendo. No hay forma de que esté aquí por negocios siendo un delincuente condenado, a menos que esté tramando algo otra vez. —El sur de Italia es lindo, pero Roma es donde realmente pasa lo divertido —continúa—. Tal vez deberías venir conmigo si estás de vacaciones. Trago saliva con dificultad, tratando de humedecer mi boca, pero no hay nada. Aún no puedo hablar. —¿Cuánto tiempo vas a estar en Italia, de todos modos? Tal vez quieras contarme qué has hecho todos estos años sin mí. Por fin reúno el valor para soltarme de su brazo. —Detente, Yulian. Esto es raro —digo, casi tropezando hacia la calle—. Estás actuando como si no hubiera pasado nada. Frunce el ceño. —Un par de años no es nada. El tiempo vuela. —Entonces nuestro romance de seis meses tampoco fue nada —digo—. Y terminó tan mal que no quiero repetirlo. —¿Quién dijo que tenías que hacerlo? Me burlo con desprecio. —Estás intentando arrastrarme a quién sabe dónde para beber contigo. Todos sabemos cómo termina esa historia —digo, recuperando parte de mi confianza al escupirle palabras venenosas. Él responde a mi agresión con una carcajada. —Dios mío, Zara. Sin duda te has puesto más feroz. Me gusta eso. Pongo los ojos en blanco. —Esto no va a salir como tú quieres. Me voy de regreso a mi hotel. Fue un gusto encontrarte, pero no pienso repetir esto. —Me doy la vuelta—. Que te diviertas en Italia.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD