Capítulo 1

2044 Words
Mientras Creo  Actualidad.   Visualicé la luna tras el gran cristal, brillante, completa, majestuosa, me encontraba limpiando una de las mesas que habían desocupado recientemente del bar restaurante donde estaba trabajando, volví mi vista a la mesa y sonreí internamente por la buena propina que me habían dejado.   Para mí cada centavo contaba.   -Rafaela- llamó el gerente haciéndome señas para que atendiese la mesa que acababa de ocuparse, la música moderna ambientaba bastante bien, las personas comían, bebían y reían. Era mucho de lo mismo casi todos los días, mis pies latían, lo que me provocaba una urgente necesidad de sentarme unos minutos, a pesar de eso puse mi mejor sonrisa acercándome a la mesa.   -¡Buenas Noches caballeros!- saludé alegre mientras les entregaba el menú a cada uno, cuando llegué al cuarto y último me topé con un rostro bastante familiar, me detuve en seco. Él clavó su intensa mirada en mí, sentí como mi corazón palpitaba fuerte, el aire se iba drenando de mis pulmones.   -Cuatro vasos de whiskey en las rocas- interrumpió uno de los hombres sentados en la mesa, volví de inmediato mi vista al papel y anoté.   -Yo invito esta noche amigos míos, ha sido un excelente contrato de negocios- exclamó entusiasmado el mismo sujeto –es más, tráigame la mejor botella que tenga- añadió, todos al igual que él usaban trajes elegantes y modernos, algo bastante común.   -¿Algo más?- inquirí sin perder la sonrisa ahora un tanto torcida   -Nada más por ahora- le respondió el mismo, asentí llevándome la orden, en el momento que estuve cerca del taburete del bar me permití soltar el aire que había estado conteniendo. Con señas hice el pedido.   -Es él- susurré.   Habían transcurrido seis meses desde la última vez que pude verlo, desde que llegamos de aquel largo viaje, las emociones escondidas en mi interior se soltaron de repente provocando que todos mis sentidos se alteraran.   A lo lejos la mirada de él continuaba intensamente en mí, se encontraba igual de sorprendido que yo, la diferencia es que él siempre supo contener sus emociones.   Mis manos comenzaron a sudar como cada vez que me ponía nerviosa, me debatí internamente si debía hablarle o no, estaba consciente de que en el trabajo no podía tener ese tipo de relaciones sociales. Era estrictamente prohibido hacer amistades con la clientela en horarios de trabajo.   Además ¿Qué iba a decirle? ¿Hola? Estoy bien por cierto ¿Dónde te metiste estos seis meses?   Bufé.   Justamente él, quién pensé que no volvería a ver, quién vive en otro continente, se aparece por aquí desequilibrándome por completo. Tomé la cadena que llevaba siempre al cuello con un dije de una estrella.   -Dios dame fuerzas- susurré.   -Rafaela- escuché a mi espalda, mis piernas hormigueaban, sabía de quien era esa voz, tenía temor de girar, aun así tomé una respiración profunda y finalmente giré.   -Romeo- pronuncié devolviendo el saludo, el nombre le sacó una media sonrisa que hizo aletear mi corazón.   -Te he dicho que no me llames por ese nombre, es muy vergonzoso- aclaró divertido. Le ofrecí una sonrisa de disculpa.   -Me sorprende verte aquí- confesé. Él tenía una postura un poco nerviosa, sus manos dentro de sus pantalones azul marino.   -Estoy cerrando negocios con la embajada- explicó acercándose un poco más a mí. Su altura imponente como siempre cerraba mi pequeño cuerpo, estaba perfectamente peinado, al parecer, su barba recientemente cortada y afeitada. Suspiré internamente.   -Vaya, eso es... ¿Aburrido?- comenté provocando que esta vez una sonrisa completa surgiera en los labios de Max.   -Tan sincera como siempre- observó -Perdóname que no te haya saludado como es debido- dijo sacando su mano derecha del bolsillo y tomando la mía para dar un beso en el dorso.   -Trés belle- pronunció con un perfecto francés incitando a que me sonrojara un poco. El bartender me sacó de mi ensoñación colocando las bebidas en la encimera.   -Disculpa Max, ahora tengo trabajo- me excusé para tomar la bandeja con las bebidas y llevarlas a la mesa.   -Comprendo, aun así, me gustaría poderte ver otro día para poder charlar contigo ¿Me lo permites?- inquirió, estaba matándome ¿Charlar? Su franqueza solía ponerme nerviosa.   -De acuerdo- acepté resoplando por lo bajo. Anoté mi teléfono en una servilleta y se lo entregué. ¿A quién estaba engañando? Deseaba mucho volver a tener una charla con él.   -Muchas Gracias- dijo dando vuelta con dirección a los baños pero se detuvo. -¿A qué hora termina tu turno?- indagó, Max era un hombre bastante caballeroso y más que todo persistente.   -En quince minutos- solté sin pensar y seguí mi camino hasta donde me correspondía para no tener un llamado de atención.   No me tocó recibir ningún otro pedido de esa mesa hasta que finalizó mi turno, así que fui directo a los casilleros para recoger mis cosas, tener doble trabajo era bastante cansado, el dinero extra lo usaba para ahorrar, quería independizarme y para esto me veía en la obligación de tomar un ingreso extra, al menos de manera temporal. Mientras tanto tenía una oficina con mi propio consultorio.   Tomé mi bolso junto con las llaves de mi auto y me dirigí al parqueadero, cuando estuve a punto de poner en marcha el motor, una silueta que reconocí al instante apareció en la entrada.   Había pensado desde el momento en que lo conocí que él era un hombre desafiante, debía agregar eso a la lista de adjetivos. Lo había visto después de tanto tiempo y solo cruzamos un par de frases, me sentía un poco decepcionada, sin embargo ahí estaba él observándome a tan solo unos metros de distancia.   Me bajé del auto con decisión y caminé hacia él  acelerando el paso, igual que él hacia mí hasta que ambos llegamos el uno al otro fundiéndonos en un abrazo cerrando el tiempo que no supe de él.   Intenté reprimir las lágrimas que se asomaban en mis ojos. Lo había extrañado demasiado, todo había sido muy duro para ambos pero nunca creí que después de eso me dejaría. Recordar eso me llevó a separarme bruscamente de Max.   -Pequeña…-susurró.   -No- dije con firmeza. –No fue justo, no me llamaste ni una sola vez, no tuviste la decencia de buscarme o al menos decirme que querías alejarte de mí, me mantuviste en incertidumbre  durante seis meses, ahora solo vienes y te presentas aquí creyendo que haré como si nada pasó- solté de repente, una punzada de dolor cruzó por los ojos de él.   ¿Lo había herido? Tuve un pequeño sentimiento de arrepentimiento pero se esfumó enseguida.   -Tienes razón- cedió   ¿Había escuchado bien?   -Debí comunicarme contigo, no tengo ningún justificativo y te pido perdón por haber sido un idiota una vez más, no te lo mereces- se disculpó.   Maximiliam esperó pacientemente por una respuesta pero no la obtuvo.   Mi mirada se suavizó pero me resistía aún.   -Es muy tarde y debo descansar, podemos hablar otro día- accedí, no mentía, verlo así de repente había sido agotador para mí.   -De acuerdo, conduce con precaución- habló. También podía llegar a entenderme y me daría mi espacio.   Después de largos minutos de silencio mirándonos el uno al otro, al darme cuenta de que mis impulsos reprimidos traicionarían mi cordura, me metí en el auto respirando con dificultad, él seguía observándome.   Sonrió triste a modo de despedida y salí del sitio para poder dirigirme a mi casa. Cuando aprendí a creer  Dos años atrás   -¿Estás segura hija?- insistía en la pregunta mi madre. Asentí por millonésima vez.   -Sí mamá, es lo que Dios ha puesto en mi corazón- defendí.   -Hace unos meses a penas te graduaste, has llegado a conseguir un gran puesto en esa empresa, te va muy bien, pudiste comprar un carro y...- hablaba con preocupación en su voz.   -Está bien cariño, es a lo que Dios la ha llamado y ha decidido aceptar- intentó tranquilizarla mi papá, me regaló una sonrisa de complicidad.   -Estaré bien mamá, solo será como mucho año y medio, además podré ayudar a muchos niños- hablé con emoción notoria en mi voz.   Mi mamá me observó con ternura, asentía mientras un par de lágrimas se escapaban de sus ojos, entendía su preocupación, ir de misiones por el mundo podía ser un poco peligroso dependiendo del lugar donde me asignaran ir.   Iría a donde Dios me enviase. Tenía una fe muy grande, mi familia desde pequeña me educó con valores cristianos, mi padre pastor de una de las congregaciones y mi madre una gran servidora a la labor social. Ambos titulados en una firma de abogados.   Pareciera que mi vida era casi totalmente perfecta a mis veintidós años, tuve problemas y discusiones como cualquier otra adolescente normal, de la misma manera que pude entender que mi vida tenía que servir para más que cumplir solo mis sueños, si no hacer algo más con eso, que estuvieran conectados con mi propósito en esta vida.   Después de aceptar a Cristo en mi corazón, comprendí que había sido creada por él para un propósito, este era el suyo, llevarle la palabra de Dios a dónde no estaba llegando, a dónde los niños necesitasen sentir el amor. Había estado trabajando duro por mi formación en la fe.   Por lo que realicé cursos, talleres y escuelas de idiomas para poder estar lo suficientemente capacitada.   Nadie es perfecto, pienso que el caminar con Cristo es para siempre, es un camino largo, no podía decir que todo había sido bonito, podía decir que hubieron bastantes luchas de por medio, que aunque hubo ocasiones en las que caí, podía levantarme alto la siguiente vez con ayuda de mi Señor.   Ahora, un mes atrás recibí un llamado para ir de misiones, me tomó varios días pensarlo, hasta que me di cuenta de que no debía hacerlo, pensar era dudar, era no querer hacer su voluntad, así que oré, como había aprendido de mi Pastor y en oración Dios me confirmó cuál era su voluntad.   Les comuniqué a mis padres esa misma tarde, ahora llevaba una semana haciendo algunos papeleos para poderme ir con aquel grupo misionero. Mi mamá intentó apoyarme lo más que pudo pero ahora que me iba en unos días se puso bastante sentimental.   Todo esto sonaba como un cuento de hadas, como algo difícil de creer para muchos, pero era parte de lo que yo creía fielmente y nadie borraría mi fe.   -Si Dios te llama a su presencia ¿Me puedo quedar con tu carro?- habló mi hermano mayor con diversión en su voz mientras entraba a la cocina para beber agua.   -¡Ramiro!- exclamó mi madre con horror. Me uní a las carcajadas de él. A pesar de su edad, seguía viviendo en casa para ayudar con algunas cuentas, aunque no por mucho, era un excelente abogado igual que mis padres, con una bellísima prometida. Según ellos, a penas ella se graduase de la universidad se casarían.   La relación que llevábamos entre hermanos era mayoritariamente buena, siempre tratamos de cuidar el uno del otro, aunque mis dos hermanos vivieran peleándose por tonterías. El enano, como le decíamos al más pequeño de la casa, que ya no era tan enano, entró detrás de él.   -Tranquila mamá, hierba mala nunca muere- expresó mi hermano menor. Mamá volvió a mostrar su mirada horrorizada.   -¡Raúl! ¿Es que acaso ustedes quieren provocarme un derrame?- exageró mamá. Todos rieron incluido papá.   El tiempo en familia era maravilloso para Rafaela, apreciaba cada momento que pasaban juntos.   Mi hermano mayor tenía la edad de veintiséis años mientras que el menor catorce, ambos vivían peleándose a pesar de su abismal edad, me preocupaba un poco pero ponía todo mi corazón en que ni mil peleas me permitiría cambiar a mi familia.     Los robos, asesinatos, el hambre, las enfermedades, la orfandad, las violaciones y los abusos es algo que incrementa en el mundo con un porcentaje impresionante, sin embargo los que viven en un entorno aparentemente tranquilo o no tan extremos  visiblemente en los medios, no se fijan en esos aspectos, están más preocupados por sí mismos y Rafaela no se esperaba que su burbuja de cristal en la que vivía se terminaría quebrando por completo al ser golpeada por la realidad de la vida. 
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