Al ver su expresión desesperada, Shirley quiso echarse a reír. Cada perro tenía su día. Era raro que este hombre altivo estuviera tan abatido. ¿Cómo pudo dejar escapar esta oportunidad? Shirley bajó los ojos e intentó poner una expresión seria. —Sí, la vida es muy frágil. Señor Stewart, tiene que aceptarlo. Braden cerró los ojos y cayó en la desesperación. —Vete. Déjame en paz. —No, te volviste así para salvarme. Estaré aquí contigo. Braden se negó con indiferencia —¡No hace falta! —¿De verdad no me necesitas? —¡Fuera! Las frías palabras de Braden parecían salir de una cueva de hielo. —¡No dejes que lo repita otra vez! Entonces sonó el teléfono de Braden. Parecía que seguiría sonando a menos que Braden contestara. —Entonces... Te dejaré solo. ¡Que descanses! Shirley enarcó las

