Capitulo 1
Draco Malfoy estaba acostumbrado a tener a todas las chicas a sus pies, pero nunca había conocido a alguien como ella. Era misteriosa, hermosa… y peligrosamente distinta. Su sola presencia imponía. Llevaba el cabello castaño almendrado, una expresión dulce con anhelos aún por cumplir, piel blanca como porcelana y unos ojos penetrantes que parecían leer tu alma con una sola mirada. Tenía algo indefinible que lo cautivaba sin remedio.
Quizá solo era curiosidad o ese halo de misterio que la rodeaba, pero desde que la vio por primera vez en el Callejón Diagon, comprando ingredientes para una poción, no había podido sacársela de la cabeza.
Decidido a saber más, Draco ideó un plan: la espiaría usando una poción multijugos. Le pidió a Blaise un mechón de cabello, con la excusa de gastarle una broma a Potter. Ya con el cabello en mano, se dirigió al baño de Myrtle la Llorona para prepararla.
Una vez allí, comenzó a elaborar la poción, molesto por la presencia de la fantasma, que pronto empezó a gimotear de forma escandalosa.
—¡Buaaa! —lloriqueó Myrtle, desahogando su eterna tristeza.
—¡Cállate! —gruñó Draco, harto de sus lamentos.
—Qué grosero eres —replicó Myrtle, saliendo de una de las cabinas con aire ofendido.
—¿Y tú qué haces aquí? —espetó Draco, sin molestarse en disimular su desdén.
—Lo mismo que siempre, enterarme de todo —respondió ella, acercándose a mirar lo que hacía.
—Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo, cuatro ojos —dijo él, con frialdad.
— No deberías subestimarme —advirtió Myrtle, ignorando el insulto—. Podría causarte problemas.
—¿Problemas tú? —Draco rió con desdén—. Eres solo un fantasma inútil que no puede hacer nada.
—Puede que pienses eso, pero recuerda: la venganza de una chica puede ser cruel —susurró Myrtle antes de desaparecer a través de la pared, dejándolo con una leve punzada de culpa.
Pero el orgullo de Draco era más fuerte. Se encogió de hombros y continuó con lo que realmente importaba.
Una vez lista la poción multijugos, añadió el cabello de Blaise. El líquido burbujeó, emitiendo un olor desagradable. Draco lo bebió de un solo trago. Al instante, sintió náuseas y corrió a encerrarse en una de las cabinas.
Minutos después, salió transformado en Blaise Zabini. Se observó en el espejo: la poción había surtido efecto. No se detuvo mucho en los detalles; tenía un objetivo.
Se puso una capa negra y se dirigió al Callejón Diagon. Tal vez tendría la suerte de verla otra vez. Sin embargo, sabía que si su familia descubría su obsesión, podrían investigar a la chica... o peor aún, asustarla o amenazarla. Y eso no era lo que quería.
Pasó cerca de la tienda de pociones donde la había visto por primera vez. De pronto, una figura familiar apareció ante sus ojos. Su corazón dio un vuelco.
Era ella.
Su aroma, sutil y embriagador, lo envolvió. Draco agradeció estar transformado, porque si no, se habría notado lo rojo que se puso al sentir los nervios recorrerle el cuerpo.
La chica hablaba con un hombre sobre algunos ingredientes para una poción.
—Ojalá sea sangre pura —murmuró Draco para sí, sin poder evitarlo.
Como Blaise, se acercó con disimulo. Sentía que el corazón le latía a mil por hora. No le faltaba valor para hablarle, sino que su actitud natural era lo que debía moderar. Tenía que parecer amable. Algo que, honestamente, no se le daba bien.
—Disculpa la intromisión, ¿puedo ayudarte en algo? —preguntó, haciendo un esfuerzo por sonar cordial.
La chica y el caballero se giraron hacia él. Draco intentó mantener la compostura, aunque era la primera vez que se ofrecía voluntariamente a ayudar a alguien.
—Hola. Gracias por ofrecerte. Estoy buscando unos ingredientes para una poción de curación, ¿sabes dónde puedo encontrarlos? —respondió ella, mirándolo directamente a los ojos.
Draco tragó saliva. Ella le estaba hablando.
—¡Claro! En la tienda Apothécaire, en la calle principal. Seguro los tienen. ¿Te importaría si te acompaño?
—Por supuesto, gracias por tu ayuda —respondió la joven, sonriendo.
Se despidió del hombre y ambos comenzaron a caminar hacia la tienda. Hablaron durante el trayecto, compartiendo intereses. Draco, curioso, soltó la pregunta que lo carcomía.
—¿Eres mestiza o sangre pura?
Ella soltó una carcajada.
—¿Esa es tu manera de preguntar? —bromeó—. Suenas como si estuvieras haciendo una entrevista para entrar a un club secreto.
—Solo quería saber —respondió él, riendo también.
—¿Y tú? ¿Vas a decirme tu nombre o debo seguir llamándote “amable desconocido”?
Draco titubeó. Había olvidado ese pequeño detalle.
—Qué descortés de mi parte. Me llamo Zeus —improvisó, inventando un nombre al instante.
—El placer es mío, Zeus —dijo ella, con una sonrisa intrigante—. Yo me llamo Davina.
—Mucho gusto, Davina —respondió Draco, tomándole la mano con un suave apretón.
Durante el resto del camino, siguieron conversando. Él intentaba grabar cada gesto, cada palabra, cada mirada. Al llegar a la tienda, se despidieron cordialmente.
—Espero volver a verte —dijo Draco, deseando que no fuera la última vez.
—Yo también, Zeus —respondió ella, antes de entrar al local.
Mientras la observaba desaparecer entre frascos y pergaminos, Draco supo algo con certeza: no iba a dejar que esta historia terminara aquí.
La poción multijugos comenzaba a perder efecto, y lo noté de inmediato. Me apresuré a regresar a Hogwarts, esperando llegar antes de que la transformación desapareciera por completo… pero no lo logré.
Volví a ser yo justo antes de entrar por los terrenos del castillo.
En ese momento vi a Potter y su grupo muy cerca. Me escondí en la sombra de una columna y esperé a que se marcharan. No quería que nadie me viera así, con la expresión aún agitada por lo que acababa de vivir.