Narra Octavio Wellington
Dieciocho años atrás…
Desde que tengo uso de razón las frutas siempre han estado en mi vida, mi difunto padre era un agricultor, se dedicó a sembrar manzanas, peras, duraznos y naranjas; fue un bonito oficio que aprendí, pues de eso viviría el resto de mi vida, yo supe como cultivarlas y luego a venderlas, pero tuvimos épocas difíciles, habían temporadas en la que la cosecha no era tan productiva y con el tiempo fue muriendo gran parte de la tierra, lo que obligó a mi padre a vender su terrero a una constructora. Nos quedamos solo con una pequeña parte donde pudimos seguir sembrando pero a menor cantidad y con la pequeña tienda donde vendíamos las frutas, la cual logramos sostener.
A las frutas le debo lo que pude construir como hombre, a mi esposa la conocí aquí, venia todos los días y con el pasar de las semanas pasó de ser una cliente frecuente a ser mi mujer, mi querida Leonor era una mujer dulce, muy tierna y que esperaba feliz la llegada de nuestro primer hijo, sentíamos temor pero la felicidad era más grande, todo iba bien hasta el día del parto, mi amada esposa partió al cielo el día que mi hijo Robert llegó al mundo. Ahí fue cuando empecé a enfrentar la realidad más de cerca, tener que cuidar de un bebé fue muy difícil pero no imposible, Dios me dio la fortaleza para poder sacarlo adelante, a pesar de no tener los recursos suficientes, creció como un joven de bien, que también aprendió el arte de cultivar frutas, ese fue mi legado para él, no fue mucho pero eso le ha dado para construir su propia familia.
Mi querido Robert ya experimenta la felicidad de tener a su primera hija, una bella niña llamada Clara, Clara Wellington, solo tiene unos días de nacer y ya nos tiene a todos enamorados, es como una pequeña fresa dulce.
Hoy en la mañana salí muy temprano para comprar la leche, la tienda donde la compro está algo retirada de la casa donde vivo con mi hijo, su esposa y su pequeña Clara, por lo que salgo un poco antes del amanecer, me gusta caminar a esta hora, dicen que le hace bien a mi salud, evita muchas enfermedades para cuando sea un anciano. Camino por un largo camino angosto que me lleva directo a la carretera, allí avanzo unos metros más por la orilla y esta la tienda donde compro la leche, cuando llego a la carretera soy muy cuidadoso, aunque es solitaria me gusta ser precavido, también me gusta detenerme unos segundos y observar la vista del otro lado de las barandas, se ve el rio y el sol salir, es sin duda la mejor vista, no me canso de apreciarla todos los días; sigo mi ruta y veo un auto pasar, espero para poder seguir avanzado, el auto marcha con normalidad pero de repente escucho un fuerte ruido que provocan las llantas al frenar que me hacen llevar la vista hacia él, la persona que conduce pierde el control del vehículo provocando que este comience a dar vueltas como si fuera una pelota haciendo que este choque contra la baranda y caiga al rio; el estruendo es atroz y hace que los nervios se apoderen de mí, me quedo inmóvil y algunas personas comienza a salir de alrededor pero no hacen nada, yo reacciono y corro atravesando la carretera y cuando llego a la orilla salto ubicando mis brazos sobre mi cabeza para así sumergirme en el agua, muevo mis pies a toda prisa y veo el auto hundirse, cuando lo puedo tocar me sostengo con fuerza de él y veo a un hombre en el asiento delantero, parece que esta inconsciente por lo que trato de ser más rápido, doy codazos a la ventana y luego patadas hasta que una abertura se hace en el cristal, tomo fuerzas de donde no tengo y doy una última patada que hace que pueda sacar a ese hombre del auto, de a poco siento que el aire se me acaba por lo que tomo del cuello y lo saco del auto con algo de dificultad, sigo nadando con él hasta poder llegar a la superficie, al ver la luz en la sima siento más fuerzas y sigo nadando mientras le ruego a Dios porque me permita salir de esta con este hombre, al sacar mi cabeza del agua vuelvo a inhalar todo el aire que me hacía falta, saco al hombre inconsciente y es cuando las personas que observaban nos ayudan a salir.
Aun con el poco aire que me queda comienzo a darle respiración boca a boca al hombre tendido y presiono su pecho con fuerza en repetidas ocasiones, le doy aire a sus pulmones y me apoyo en su pecho con mis dos manos juntas para poder reanimarlo.
- Ya, déjelo ese hombre está muerto – es lo que escucho decir a las personas a mi alrededor, pero sigo intentando, algo me dice que debo seguir
Mis brazos duelen, mi aire es poco pero cada segundo valió la pena cuando el abre sus ojos y comienza a botar el agua que había tragado. Me detengo sin poder creer que yo le haya salvado la vida a una persona, miro a mi alrededor y más de uno parece asombrado, me aplauden por lo que hice como si fuera un héroe, pero yo no hice nada, la fuerza me la ha dado Dios.
Llega una ambulancia y se llevan al hombre, yo me pongo de pie, acomodo mi ropa y abro paso entre las personas para irme a lo que realmente iba hacer desde que salí de casa, a comprar la leche.
Después de un rato llego a casa con mis prendas mojadas, dejo la leche en la cocina y me voy hasta mi habitación para cambiarme, no ha pasado nada.
Al día siguiente hago el mismo recorrido, voy por la leche y me detengo en el frente de la calle, algunas personas están trabajando para reparar las barandas metálicas que fueron destruidas por el auto que cayó al río, respiro hondo, observo con detalle el paisaje y vuelo a mi camino.
Al otro día salgo a la misma hora, paso por el angosto camino, llego a la carretera y puedo ver que la baranda ya está reparada, eso fue rápido, miro el paisaje que tanto me gusta y después de contemplarlo voy hacia el camino que me lleva a la tienda y veo que un auto que se acerca con lentitud hacia mí, lo ignoro pero este se detiene haciendo que también pare mis pasos. La ventana de la puerta trasera del auto se baja y de a poco puedo percibir la imagen de un hombre, me sorprendo cuando veo que es el mismo sujeto que cayó al rio el otro día ¡Santo Dios! Remuevo mis ojos para estar seguro de no confundirme, pero es el, es el hombre.
- Sabía que lo volvería a ver. ¿Cómo está? – dice el muy elegante sujeto que luce un traje y corbata bajándose sus lentes oscuros; yo miro detrás de mí para asegurarme que si este hablando conmigo.
- ¿Yo?
- Si, usted – responde sonriente - ¿A dónde se dirige? Yo puedo llevarlo
- Voy aquí – digo señalando la tienda que está a metros de nosotros
El hombre baja del auto colocando sus lentes oscuros en el bolsillo de su chaqueta, me extiende su mano y se presenta
- Que gusto conocerlo, mi nombre es Marcelo Donald
Yo tomo su mano con algo de temor de ensuciarla, luce tan blanca y cuidada
- Soy Octavio Wellington
- No sabe, lo feliz que me hace poder conocer a la persona que ha salvado mi vida, ¡Octavio le debo mucho! – manifiesta apretando mis manos con fuerza, tanta que empieza a doler, el me repara de pies a cabeza e intento ocultar mis zapatos que esta algo sucios y viejos.
- Solo hice lo que cualquier persona hubiera hecho – respondo con modestia
- No, eso no lo hubiera hecho nadie más, arriesgaste tu vida por salvar la mía, hoy puedo estar con mi familia, mi esposa, mi hijo y mi pequeño nieto gracias a ti. Fuiste un ángel en esta solitaria carretera y a pesar de escuchar de muchos que solo veían que no te esforzaras no te rendiste, tú me salvaste
- ¿Sería muy inoportuno preguntarle lo que le sucedió ese día?
- Me vine de la ciudad luego de trabajar, no tomé un descanso antes de conducir, pero el afán de ver a mi familia y de querer compartir con mi nieto en su cumpleaños número diez me hicieron dormirme por unos segundos y así perder el control del vehículo; el cumpleaños de mi nieto no terminó como quería, pero la historia pudo ser peor, solo gracias a usted. Ahora, ¿puedo preguntarle algo?
Afirmo con mi cabeza a su pregunta
- ¿Usted tiene familia? – dice mirándome extrañado
- Sí, tengo un hijo, una bella nuera y una hermosa nieta que acaba de nacer, esa pequeña es mi vida. – pronuncio con algo de melancolía
El hombre pone su mano en mi hombro y me mira a los ojos
- No sé cómo pagar su acto de valentía y humanismo
- No tiene que agradecer
- Si, déjeme darle algo como muestra de gratitud, yo se lo mucho que se ama a un nieto, también tengo uno que es sagrado para mí, entiendo cuanto ama a su pequeña. Déjeme hacer algo por ella, por su futuro, quiero darle mi gratitud a través de su pequeña nieta.
- ¿Cómo así? No logro comprender lo que quiere decirme.