—Repite lo que dijiste —ordenó Salomón con una voz peligrosamente baja. Nina tenía el enorme miembr0 de Salomón aún pulsante dentro de ella, todo su cuerpo temblaba por las secuelas del orgasmo devastador que acababa de experimentar, pero tragó profundo y reunió fuerzas desde lo más profundo de su alma herida. Sus ojos marrones, aún vidriosos por el placer recién vivido, se endurecieron con una determinación férrea que la sorprendió incluso a ella misma. «Vamos Nina, sé fuerte, debes hacerlo confesar la verdad. Ya basta de que te vean como una estúpida, como si no valieras nada» —se dijo mentalmente, sintiendo cómo la rabia y el dolor se cristalizaban en su pecho como hielo ardiente. El aire de la habitación se había vuelto denso, cargado de una tensión que era tanto s£xual como emocion

