Las palabras flotaron entre ellos con el peso de una confesión sagrada, mientras el agua continuaba cayendo sobre sus cuerpos como una bendición líquida que lavaba todas las inseguridades y malentendidos que habían estado envenenando este momento perfecto. Salomón sintió inmediatamente cómo toda la tensión, toda la vulnerabilidad herida, toda la inseguridad que lo había estado carcomiendo se disolvía como sal en agua bajo el impacto de esas palabras que eran exactamente lo que su corazón había estado desesperadamente necesitando escuchar. Al parecer él era quien estaba más enloquecido en la relación. —No, jamás te dejaré por otra —declaró con una voz ronca cargada de emoción y posesividad feroz—. Estoy adicto a ti y a tu trasero. ¿A dónde voy a conseguir otro igual? Creo que en ningún la

