—Leila, estemos juntos, ya dejémonos de tonterías. Vive conmigo —declaró con una intensidad que no admitía discusión—. Hablaré con Fátima, ella entenderá. Conozcámonos viviendo juntos. Amaría levantarme y verte, y hacerte el amor todos los días.
Sin darle oportunidad de protestar o continuar con sus miedos del pasado, Hassan desplegó esa posesividad masculina que había estado conteniendo durante meses de cortejo respetuoso. Sus manos grandes se cerraron alrededor de la cintura de Leila con una firmeza que comunicaba exactamente cuánto la deseaba, atrayéndola contra su cuerpo con movimientos que no admitían resistencia.
Sus labios encontraron los de ella con una intensidad que transportó inmediatamente a ambos de vuelta a esa noche de pasión que había cambiado fundamentalmente sus vidas.
