—Cierra la puerta y déjanos a solas —ordenó Soraya a Tony, levantándose y caminando hacia Salomón sin apartar los ojos de él, como quien enfrenta a una fiera salvaje sabiendo que mostrar miedo solo aceleraría el ataque. El roce sedoso de su abaya contra el suelo de mármol marcaba sus pasos deliberados. Su perfume se intensificaba con cada movimiento, una nube aromática que intentaba disimular el olor a miedo que manaba de sus poros. —Sí, señora —respondió el mayordomo. La puerta se cerró con un clic sedoso, aislándolos del mundo exterior y creando un vacío donde solo existían ellos dos y el odio que los unía de manera tan perversa como indisoluble. El sonido del cerrojo encajando sonó como el sello de una cámara funeraria. Salomón se volvió brevemente para verificar que estaban complet

