—¡Solo por hoy irá, pero cuando venga, debe estudiar! Las palabras emergieron como una concesión forzada de quien sabe que ha perdido la batalla pero intenta mantener las apariencias. Sus ojos ámbar, normalmente fríos y controladores, ahora evitaban directamente la mirada triunfante de Salomón. El magnate, saboreando su victoria en todos los frentes, le dedicó una sonrisa sarcástica que no alcanzó sus ojos. La expresión, perfectamente calibrada para maximizar su humillación sin que los presentes percibieran la crueldad subyacente, era una obra maestra de maltrato psicológico. —Ay, qué buena eres, cuñadita —respondió, con cada sílaba destilando un veneno tan sutil que solo ella podría captarlo completamente. El diminutivo "cuñadita", pronunciado en aquel tono falsamente dulce, era como

