Las palabras cayeron como bombas en el espacio confinado del vehículo, cada sílaba detonando con precisión devastadora en la conciencia de Nina. El aire pareció condensarse, volviéndose casi sólido, mientras ella sentía que sus pulmones se contraían, incapaces de procesar el oxígeno suficiente. Era como si alguien hubiera aumentado repentinamente la presión atmosférica, aplastándola contra el lujoso asiento de cuero. Sus ojos, dilatados por la sorpresa, se abrieron desmesuradamente hasta que el blanco alrededor de sus iris oscuros formaba un perfecto marco de incredulidad mientras su cerebro luchaba desesperadamente por procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Qué? —fue lo único que logró articular, con su voz en apenas un susurro estrangulado que parecía haberse formado en lo más profundo
