—Seguro son los sirvientes —murmuró para sí misma, saliendo del vestidor y dirigiéndose hacia la entrada de la habitación con pasos que intentaban parecer casuales mientras su mente seguía girando en Salomón. Al abrir la puerta maciza de madera tallada, se encontró con Marwhan sosteniendo una bandeja de plata que parecía sacada directamente de un cuento de hadas europeo, y una hermosa tetera de porcelana, que se veía más costosa que todo lo que Nina había poseído en su vida. Sobre la bandeja descansaba un ramo exquisito que la hizo contener el aliento: rosas rojas entrelazadas artísticamente con peonías blancas grandes como puños de bebé, sus pétalos tan delicados que parecían hechos de papel de seda celestial. El arreglo había sido diseñado por un florista profesional, con cada flor col

