—Entonces —dijo finalmente, con su voz destilando un desprecio gélido que parecía bajar la temperatura de la sala varios grados—, creen que confesar sus pecados los absolverá de sus crímenes. Creen que, porque han abierto sus bocas cobardes y han derramado sus secretos como agua sucia, merecen clemencia divina o humana. Hizo una pausa calculada, dejando que las palabras se hundieran en las mentes destrozadas de los prisioneros como dagas envenenadas, saboreando el momento antes de pronunciar la sentencia que ya había decidido desde el momento en que entraron en esa sala. —Permítanme aclarar algo fundamental que parece haber escapado a su comprensión limitada: la traición no se lava con palabras bonitas ni confesiones desesperadas. La traición no se borra con súplicas ni promesas de refor

