—Cuando reciba visitas, serás invisible pero omnipresente —instruyó Soraya, con su voz adquiriendo un tono más severo—. Debes anticipar necesidades antes de que se expresen. Si una invitada mira su taza de té, debes ya estar llenándola. Si alguien parece acalorado, debes ajustar el aire acondicionado sin que nadie te lo pida. Soraya se detuvo frente a un espejo de cuerpo entero enmarcado en oro, ajustando ligeramente su hijab mientras evaluaba su reflejo con mirada crítica. —Mis llamadas y correspondencia personal son sagradas —continuó, sin apartar la mirada de su propio reflejo—. Organizarás mi agenda, pero nunca, bajo ninguna circunstancia, responderás llamadas o leerás mensajes dirigidos a mí. La discreción absoluta es un requisito no negociable. Finalmente, regresaron al vestíbulo

