Nina no podía evitarlo. La sonrisa que apareció en su rostro al mirar a Ahmed era genuina, espontánea, algo que casi había olvidado cómo hacer. Sus hoyuelos marcaron sus mejillas mientras sentía una calidez extraña expandiéndose en su pecho. Había algo en este hombre, quizás la forma en que sus ojos la miraban, con interés, pero sin la arrogancia que tanto detestaba en hombres como Salomón Al-Sharif, que le resultaba irresistiblemente atractivo. «El señor Ahmed es soltero»―pensó mientras lo observaba, notando los detalles que antes había pasado por alto: la camisa de flores que, aunque llamativa, le quedaba sorprendentemente bien; la forma en que se erguía con una confianza natural; aquellas manos grandes que parecían fuertes pero que la habían tratado con delicadeza. —Y... ¿usted está c

