―Así es, maten a esos malditos.―murmuró Salomón bajo el disfraz de Ahmed con una pequeña sonrisa mirando por la ventana como cualquier vecino chismoso.
Hassan, mientras tanto, vigilaba la puerta entreabierta del cuarto donde Nina y Emir dormían, asegurándose de que permanecieran en el reino de los sueños, ajenos a la maquinaria de muerte que operaba a pocos metros de distancia. En el apartamento 302, Karim extrajo un dispositivo, no más grande que un teléfono celular. Lo aproximó a la cerradura con la precisión de un cirujano. El diminuto aparato emitió pulsos electromagnéticos calibrados específicamente para manipular los mecanismos internos sin dañarlos. Diez segundos después, un clic casi imperceptible anunció su victoria sobre las débiles defensas de aquel hogar condenado.
La puerta
