—Se las cuidé. Ni un solo rayón —anunció con orgullo, acariciando la superficie reluciente de la camioneta como si fuera un animal de pedigrí. Salomón extrajo varios billetes de su bolsillo y los entregó al anciano sin siquiera contarlos, un gesto que revelaba cuán insignificante era para él aquella suma que probablemente representaba semanas de subsistencia para el viejo guardián. Sin mediar más palabras, ambos hombres abordaron la Escalade, con Salomón deslizándose en el asiento del copiloto con un suspiro de alivio, como quien regresa a casa tras un largo viaje. El interior de cuero premium, el aroma a vehículo nuevo y tecnología de punta representaban el retorno a su mundo natural. Apenas cerró la puerta, comenzó a quitarse la peluca con movimientos impacientes, arrancándola casi co

