Nina obedeció y cerró los ojos, sumergiéndose nuevamente en la oscuridad voluntaria que intensificaba cada sensación. La voz de Ahmed (Salomón en realidad) la envolvía como terciopelo oscuro, guiándola a través de este territorio desconocido con una autoridad que, extrañamente, la hacía sentir segura.
—Así, habibi —susurró él, con el acento árabe espesándose en sus labios mientras continuaba introduciéndose en ella con una lentitud calculada—. Respira profundo.
Nina intentó seguir su consejo, inhalando temblorosamente mientras su cuerpo luchaba por adaptarse a aquella invasión descomunal. Cada centímetro que Salomón avanzaba dentro de ella despertaba nervios que ni siquiera sabía que existían, extendiéndose hasta límites que jamás había experimentado. La sensación era abrumadora, una mez
