—Oh, gracias, señor. Usted también se ve muy joven. Hasta más que… Driztan, quien era 10 años menor que usted —comentó, sinceramente impresionada por la vitalidad y el estado físico de este hombre que creía un simple trabajador de la construcción. —Sí… —respondió Salomón, antes de que su curiosidad, esa necesidad constante de información que caracterizaba su aproximación al mundo, lo llevara a indagar más—. Y por cierto, ¿cómo terminaste con ese maldito? —Por tonta. Creí… que me amaba, pero no —respondió ella, con una amargura resignada que revelaba heridas aún no cicatrizadas. —¿Y tú lo amaste? —continuó él, sorprendido por su propio interés en la respuesta, por esa necesidad de conocer los recovecos emocionales de esta mujer que debería ser solo un pasatiempo temporal. —Al principio,

