—¿Por qué no lo admites? "Hassan, esa mujer me vuelve loco" —imitó el tono imperioso de Salomón con sorprendente precisión—. Disculpa que te lo diga, porque respeto a tus mujeres, pero... sé que te gusta su trasero. Te conozco más que la señora Samira. Llevamos más de treinta años juntos, que no se te olvide. Mashallah. Sin embargo, en su interior Salomón trataba de ocultar la tormenta que se agitaba en su interior. El recuerdo del cuerpo de Nina bajo el suyo, de su piel cálida contra la suya, permanecía grabado en su memoria con una intensidad que lo desconcertaba. Las imágenes se sucedían como fotogramas de una película porn0gráfica que no podía detener: el rostro de ella transfigurado por el placer, la textura de aquellas nalgas que tanto lo obsesionaban, la tentación casi irresist

