Salomón evaluó rápidamente sus opciones. Podría, por supuesto, sacar su teléfono en ese mismo instante y ordenar a su chofer que viniera a recogerlos. Sería cuestión de minutos antes de que un Mercedes blindado apareciera para transportarlos con toda comodidad hasta el destino deseado. Pero eso significaría revelar su verdadera identidad, destruir la elaborada farsa que había construido, perder esta oportunidad inédita de experimentar una faceta de la vida completamente ajena a su existencia privilegiada.
Y, más perturbador aún, significaría renunciar a estos momentos robados con Nina.
La mirada de Emir se posó en sus pies, específicamente en las chanclas nuevas que Salomón lucía con incomodidad mal disimulada.
—Mejor póngase los zapatos —sugirió el adolescente, señalando el calzado dep
