Hassan desvió su mirada del periódico y se dirigió al mesero que aguardaba pacientemente junto a su mesa. Su voz, habitualmente firme en las negociaciones más peligrosas, adquirió un tono más suave cuando ordenó:
—Quiero lo de siempre, baklava de pistachos con una bola de helado de cardamomo al lado, no encima. Y ya sabes la miel debe servirse en un recipiente aparte para que pueda añadirla yo mismo. Y el té de jazmín a 85 grados exactos, no hirviendo —instruyó con la precisión metódica que aplicaba a cada aspecto de su vida—. ¿Lo puedes servir así?
—Claro que sí, señor —respondió el mesero, acostumbrado a las exigencias particulares de Hassan.
—Está bien. Y…necesito el favor de siempre —añadió, manteniendo su mirada fija en la mesa donde Leila gesticulaba animadamente.
—Eso le iba a
