Mientras seguía acariciando la cabeza de su hermano, Nina se sumergió en sus pensamientos más privados, aquellos que ni siquiera se atrevía a compartir con Emir: «No voy a enamorarme del señor Ahmed. Es bueno y todo pero... no lo conozco bien. No puedo negar que el sexo de ayer fue divino, pero... siempre la que se enamora soy yo» Las palabras resonaban en su mente como un mantra, un escudo protector contra el peligro que sentía crecer dentro de ella cada vez que "Ahmed" la miraba con aquellos ojos intensos. Pasaron unos minutos en silencio, con la única música de fondo el zumbido distante de un ventilador defectuoso en algún apartamento cercano y las ocasionales voces que subían desde la calle. La respiración de Emir fue haciéndose más profunda y regular. Pronto, su cuerpo relajado y l

