―¿Es usted Nina Dervishi? ―preguntó el oficial de mayor edad, consultando brevemente una tableta electrónica que sostenía. ―Sí, soy yo ―respondió ella, con su voz apenas audible mientras sus dedos se aferraban al borde de la puerta como buscando apoyo. ―Señora Dervishi, venimos a informarle que los restos de su esposo Driztan Kovac y su suegra Maruja Kovac han sido finalmente identificados y están listos para ser reclamados ―explicó el oficial con un tono que intentaba ser respetuoso pero que no podía ocultar la rutina de comunicar este tipo de noticias―. Necesitamos que se presente en la morgue central ahora mismo para firmar la documentación correspondiente y recibir el acta de defunción oficial. El rostro de Nina palideció visiblemente, como si toda la sangre hubiera abandonado sus m

