El rostro de Nina palideció instantáneamente.
―¿Cómo que beso de despedida? ¿Se va... para siempre? ―preguntó, incapaz de ocultar el pánico en su voz.
Salomón, enfundado en su lujoso thobe blanco, sintió una punzada inesperada en el estómago al escuchar la reacción angustiada de Nina. Algo dentro de él se removió, un sentimiento de celos que lo desconcertó brevemente. Modificó su voz para hacerla sonar más relajada:
―No, no... me voy para siempre. Solo que me ausentaré por dos días.
―¿Dos días? ―repitió Nina, con el alivio evidente en su tono.
―Sí, tuve que... viajar a... Irak por un familiar.
―¿Está bien su familiar, señor? ―preguntó Nina con genuina preocupación.
―Está... estable. Pero son solo dos días. Después... volveré ―aseguró Salomón, sorprendido por su propia necesidad de t
