Hassan conducía observando ocasionalmente por el espejo retrovisor a su jefe y mejor amigo, hablando por telefono hablando en un árabe rápido y cortante. —El cargamento debe llegar a Estambul antes del jueves —ordenó, con su voz baja pero cargada de amenaza—. Me importa una mierda si tienen que sobornar a toda la aduana turca. Ese cargamento de armas no puede quedarse más tiempo en el buque. Ya hablé con Mehmet, él se encargará de distribuirlas una vez que lleguen al puerto. Su mirada fría observaba distraídamente las calles mientras escuchaba la respuesta al otro lado de la línea. Sus dedos, adornados con un anillo de oro con una esmeralda, tamborileaban impacientes sobre su rodilla. —La, la ―(no, no)―Nada de excusas. Si no llega a tiempo, tú personalmente me explicarás por qué —sente

