Emir recibió las palabras cortantes de Fátima con una mueca resignada, un gesto que delataba lo acostumbrado que estaba a ese tipo de comentarios desde que había llegado a Dubái. Sin embargo, vio en su mirada de que ella estaba asustada y que quizá era una niña rica grosera. —Pero para eso me vine hasta acá, en donde nadie me ve —señaló, cruzándose de brazos en un gesto defensivo mientras sus ojos recorrían el rincón apartado donde se encontraban—. Si eres tan fina, ¿qué haces aquí? Y de paso te quitaste tu hijab, te vi el cabello. Tengo entendido que los hombres no podemos verlas sin eso y, de paso, te vi tomándote una foto. El rostro de Fátima palideció bajo el maquillaje cuidadosamente aplicado, como si alguien hubiera borrado de un soplo todo el color de sus mejillas. Por un instante

