Emir asintió, con un mechón de cabello castaño cayendo sobre su frente mientras lo hacía, y enseguida le dijo: —Sí, vámonos. El simple plural "vámonos" contenía toda la confianza ciega que solo un adolescente podía tener en su hermana mayor, la mujer que había sido madre, padre y todo su mundo desde que nació. Nina apretó la mano de Emir, y comenzó a caminar nuevamente, con pasos más determinados. No tenía un plan, no tenía respuestas, pero tenía a su hermano, y mientras estuvieran juntos, encontrarían el camino. —Vamos a donde la señora Al-Fayed —dijo, esquivando a un grupo de turistas que se detenían para fotografiar uno de los rascacielos más emblemáticos de la ciudad—. Tal vez allí pueda conseguir el empleo. Mientras tanto, a treinta kilómetros de allí… Soraya Al-Fayed tomaba té

